jueves, 3 de septiembre de 2009

La doble ira de Pekín

La doble ira de Pekín
Los chinos tratan de imponer su voluntad global frente al Dalai Lama
Al recibirlo en su territorio, Taiwán ha dado un ejemplo digno de emular



El Gobierno de Pekín está indignado, y por partida doble. El Dalái Lama, gran líder espiritual de Tíbet y símbolo de la resistencia de su pueblo contra la ocupación china, llegó el domingo de visita a un país vecino, lo cual siempre produce irritadas reacciones y automáticas amenazas de su régimen chino. Pero, para aumentar el enojo, el país anfitrión es nada menos que Taiwán, al que los chinos consideran parte de su territorio, se niegan a reconocer y esperan, más pronto que tarde, incorporarlo bajo su soberanía, como ha ocurrido con Hong Kong y Macao.

La visita del Dalái no es de carácter oficial, sino “humanitario”, para brindar apoyo a los afectados por el demoledor tifón que produjo 461 muertos, 192 desaparecidos y enormes daños materiales a principios de agosto. Su simbolismo político, sin embargo, es enorme. El Gobierno Central taiwanés, aunque decidió no recibirlo, dio luz verde a la visita, que concluirá mañana, pero la hospitalidad ha sido cálida, y a ella se han incorporado varias autoridades locales y de influyentes sectores.

¿Por qué la acogida, cuando las relaciones entre la isla y el continente han mejorado de forma sustancial desde que Ma Ying-jeou, del Partido Nacionalista (Kuomintang), asumió la Presidencia de Taiwán hace 15 meses? Desde el punto de vista estrictamente pragmático, puede considerarse como una injustificada provocación: los chinos han advertido sobre “serias consecuencias”, y varias, necesariamente, se harán realidad. Al menos, es posible que se reduzca el ritmo en el crecimiento de los intercambios comerciales, financieros y humanos.

Sin embargo, el mundo debe ver la decisión taiwanesa de otra manera: como un ejemplo de lo que es correcto hacer de cara a las presiones alrededor del Dalái Lama; es decir, rechazarlas, reafirmar la independencia de cada Estado para acoger en su seno a cualquier persona honesta que desee, y frenar las pretensiones chinas de utilizar su poderío económico –y, en este caso, también militar– para imponer su voluntad a otros.

A finales del pasado año, el uso de esa herramienta de virtual chantaje llegó a una de sus peores manifestaciones. En represalia por la decisión del mandatario francés, Nicolás Sarkozy, entonces presidente pro tempore de la Unión Europea (UE), de recibir al Dalái Lama, además de condenar la represión en Tíbet, los chinos formularon severísimas críticas, congelaron contratos comerciales con Francia e, incluso, cancelaron una cumbre con la UE, anunciada para diciembre. Los europeos no cedieron, pero el mensaje chino fue claro para países o regiones más débiles: sobre el Dalái Lama, sus decisiones deben pasar por nuestros deseos; de lo contrario, expónganse a las consecuencias.

Es en este contexto de imposición, 50 años después de que el Dalái fuera expulsado de Tíbet y su Gobierno sometido totalmente al control de Pekín, que la conducta taiwanesa adquiere su verdadera importancia. Entre los países que deberían tomarla como ejemplo por seguir está Costa Rica. Hace aproximadamente un año, nuestro Gobierno pidió al líder espiritual y premio Nobel de la Paz abstenerse de venir, para no poner en riesgo una visita del presidente chino, Hu Jintao y, por supuesto, tampoco sus donaciones e inversiones.

La negativa nacional de cara al Dalái Lama podía justificarse en ese momento: apenas estábamos dando los primeros pasos en las nuevas relaciones entre ambos países, y no era sensato arriesgarlas. Pero ya es inaceptable mantener tal actitud. No hay indicios de que estaremos a prueba a corto plazo. Sin embargo, cuando sea que se presente otra solicitud para que el Dalái nos visite, lo digno será acogerla. Otra decisión iría en contra de nuestra soberanía y de nuestra tradición de respeto a los derechos humanos; también, de nuestra dignidad.

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