martes, 4 de octubre de 2011

Ama Adhe, presa política durante 27 años por defender la libertad del Tíbet

Ama Adhe, presa política durante 27 años por defender la libertad del Tíbet

Ama Adhe en el centro para refugiados de DharamsalaAma Adhe en el centro para refugiados de Dharamsala
Ama Adhe, de 81 años, tibetana, estuvo encarcelada desde 1958 a 1985 por el régimen chino. Su vida es un reflejo de las tribulaciones del pueblo tibetano en su lucha por la libertad. Siendo joven fue testigo de la invasión del Tíbet y participó en las primeras protestas, pagando un precio muy alto: 27 años de su vida entre rejas, en condiciones carcelarias extremas, padeciendo hambre y torturas. Y, sin embargo, asegura que el pueblo chino no ha sido ni es su enemigo.
Ataviada al estilo tradicional tibetano y con un rosario de cuentas en la mano, Ama Adhe nos recibe cálidamente en su pequeña y humilde habitación en el centro para refugiados tibetanos en Dharamsala, en el norte de la India, donde ha vivido los últimos 23 años. Nacida en 1932, forma parte de la última generación que creció antes de la ocupación china.
¿Cómo era el Tíbet de su niñez y de su primera juventud?
Cuando yo era niña, el Tíbet era una nación libre. Soy de una región llamada Kham en el noreste. La nuestra era una familia humilde y feliz de nómadas. En verano, solíamos llevar el ganado a las tierras altas y jugábamos en los prados cubiertos de flores. En el Tíbet libre podíamos practicar nuestra religión y celebrar nuestras fiestas. El lugar de encuentro para todos era el monasterio. Había muchos monasterios budistas. Durante el Losar (la fiesta del año nuevo tibetano), todo el mundo iba a los templos donde cantábamos, bailábamos y hacíamos obras de teatro. Todos lucíamos vestidos tradicionales y joyas. Si querías peregrinar a Lhasa, no había restricciones. La mía era una familia budista muy religiosa. Y me siento afortunada por ello
.
Usted fue testigo de la invasión china, en 1949, de los acontecimientos que desembocaron en la revuelta armada de los rebeldes tibetanos contra el ejército chino, y de la posterior huída del Dalai Lama a la India en 1959. ¿Puede contarnos lo que vio y lo que vivió en el Tíbet durante esos años?
Yo participé en las primeras protestas cuando llegaron los chinos. Miles de tibetanos salieron a las calles para impedir que el ejército chino llegase a Lhasa. Durante la invasión, vi cómo los tibetanos morían como animales en Amdo (cerca de la frontera de Kham). Los chinos nos bombardeaban desde sus aviones. Había cuerpos sin vida y sangre por todo Amdo. Habían salido a la calle para protestar contra la invasión e impedir que las tropas chinas llegasen a Lhasa donde se encontraba Su Santidad. Querían protegerlo.
Uno de los muertos fue su esposo
.
Los chinos veían en mi esposo a un agitador y decidieron acabar con su vida. Era 1958 y yo tenía 26 años y ya teníamos un hijo varón y estaba embarazada de cuatro meses de mi hija. Él era muy valiente y los chinos no pudieron matarlo con un arma, así que lo envenenaron. Un día murió de repente, tenía los dientes y las uñas negros. Apenas había muerto mi esposo fueron a por su hermana, que fue humillada y ejecutada con dos disparos en la cabeza en una plaza pública, como escarmiento. Pocos meses después fui arrestada junto a otras 300 mujeres que participábamos en las protestas contra los chinos.
Usted pasó 27 años como prisionera política ¿Cómo consiguió sobrevivir?
Ciertamente, fui arrestada a finales de los cincuenta, que fueron los peores tiempos. Los chinos azotaban a los monjes de alto rango y suprimieron las actividades religiosas. De las 300 mujeres arrestadas, solo cuatro sobrevivieron. Todas las demás murieron en prisión. Yo estuve en ocho cárceles distintas en el Tibet y en China. Los tiempos más difíciles fueron los tres primeros años en la prisión de Inganse. No nos daban comida, sólo restos de maíz en agua. Mucha gente murió de hambre. Nos comíamos las suelas de nuestros zapatos. Las cuatro que sobrevivimos fue gracias a que estábamos encargadas de dar la comida a los cerdos. Nos comíamos los restos de vegetales y de granos que eran para estos animales. Rezo para que nadie nunca pase por lo que yo y mis compañeras de presidio pasamos. Los 27 años de prisión fueron peores que el infierno. Cuando salí, estaba medio loca, sufría depresión aguda. De repente lloraba e inmediatamente después reía. El más mínimo sonido me asustaba. Mi cuerpo era como el de un esqueleto. Las bolsas de mis ojos estaban hundidas. Fui a un doctor de medicina tradicional tibetana para que me tratase la depresión. Yo siempre reía, pero era por la misma depresión. Era incapaz de sentir mi propio dolor. El doctor lloró cuando vio en qué estado me encontraba.
¿Y sus hijos?
Mi hijo falleció mientras yo estaba en la cárcel. No sé cómo, pero supe que murió ahogado. Cuando salí, me encontré con mi hija. No podía reconocerla. Nos tuvieron que presentar. Ella me llamaba mamá, pero yo me sentía más cerca de mis compañeras de cautiverio que de ella.
¿Cómo era el Tíbet que se encontró al salir de la cárcel?
Cuando salí de la prisión, en 1985, todo había cambiado. Apenas había monasterios. El color dorado de las cúpulas de los monasterios era ahora negro. Recuerdo, en especial, un gran monasterio –el de Kharnang– que fue destruido. El monje superior –Kharnang Rimpoche– había estado en la misma prisión. No sabemos cómo murió, pero sospechamos que de hambre. Los árboles donde vivían han sido talados. Sus troncos eran tan grandes que necesitabas los brazos de dos personas para rodearlos. Estos árboles los envían en camiones o río abajo para ser vendidos en China. Había más chinos viviendo en el Tibet y muchos tibetanos se fueron a áreas más remotas.
Y llega el exilio.
Dos años después, en 1987, huí a Nepal y en 1988, llegué a Dharamsala, en la India. En estos 23 años de exilio he estado viviendo aquí en la misma habitación. Aquí soy feliz. El budismo es lo más importante para mi y me siento feliz de estar en la tierra donde nació. Me siento libre. Puedo hacer lo que quiera y nadie me lo impide. Desde que comencé mi exilio, he viajado a muchos países. En 1989, estuve en Alemania para participar en una audiencia sobre el Tíbet y derechos humanos en el parlamento en Bonn. Sin embargo, los funcionarios chinos se defendieron diciendo que yo había sufrido bajo el régimen de Mao y no bajo el de Deng Xiaoping y que no se les podía responsabilizar.
Tras pasar tantos años de su vida en las cárceles del régimen chino, ¿qué sentimiento tiene hacia los chinos? ¿Ha encontrado simpatías y comprensión entre ellos?
Los chinos de todo el mundo han sido muy receptivos. Cuando los estudiantes chinos fueron asesinados en la plaza de Tiananmen, di una charla en la Universidad de Harvard. Tras hablar, un estudiante chino me preguntó cómo veía a los estudiantes chinos. Le dije que no tengo nada en contra de los estudiantes ni del pueblo chino. Cuando estuve en la cárcel, todos los internos, tibetanos y chinos, solíamos decir que nuestro oponente era el mismo: el régimen. Estábamos contra los Guardias Rojos. Los estudiantes vinieron y me dieron un abrazo.
Usted es una persona muy cercana al Dalai Lama ¿Qué le dijo Su Santidad cuando le conoció?
Cuando conocí a Su Santidad, él me dijo que no tenía que mentir ni enfadarme con los chinos. Solo –me dijo– tienes que decir la verdad y la verdad por sí misma será nuestro apoyo.
Un deseo para el futuro
Antes de morir, quiero ver a Su Santidad sentado en el Palacio del Potala, en Lhasa, en un Tíbet libre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario