Durante ocho siglos la palabra drukpa se ha escuchado a voz en fuego en los Himalayas, la cordillera de hielos en Asia, que en 2.600 kilómetros desde Cachemira hasta la China ha incitado a aventureros y ascetas que todavía anhelan y logran coronar los picos nevados más altos del mundo (esos que como el Everest superan los 8.000 m.s.n.m.).
Aquí, entre estas cuevas y montañas remotas, drukpa -dragón en tibetano- alude primero a esos seres mitológicos que en Occidente simbolizan lo infernal, pero que entre la India, Nepal, Bután, el Tíbet y la China equivalen a ángeles.
Así, por ampliación, drukpa es la denominación de la budista Orden de los Dragones tan secreta -dominan la práctica yóguica del tummo: que les permite lograr un vapor corporal por ascesis que deshace la nieve alrededor- como influyente: en Bután, la drukpa es la religión oficial (Bhután es la monarquía más recóndita y cerrada del mundo, la única de confesión budista, que reivindica su nombre original: Druk Yul: país del dragón). Aquí, a las afueras de la añosa Katmandú, se llevó a cabo el primer concilio histórico del budismo tibetano.
Si durante 800 años los drukpas fueron los más apartados conservadores de la tradición hoy podrían ser considerados en Occidente los más progresistas, porque vienen encabezando una inusitada revolución contra el patriarcalismo: la británica de 66 años, Jetsunma Tenzin Palmo, se ha convertido en una lama de primer orden, algo tan inusual como ver a una mujer de cardenal católica o de imán musulmana.
Por esto, cuando su máximo líder, S.S. Gyalwang Drukpa, convocó en Nepal el mes pasado al primer encuentro ecuménico de su historia, llegaron monjes de Vietnam, Corea del Sur, Hong Kong, Malasia y hasta de Tahití e Islas Canarias; además de ministros de Estado de Bután, periodistas de todo el mundo y estudiosos de universidades europeas, asiáticas y americanas.
Era para seguir despierto por meses, porque muy pocos "no iniciados" la han presenciado: la entronización es una de las ceremonias más ocultas y milenarias del Tíbet. Consiste en la coronación de un niño que ha sido reconocido como un tulku o lama reencarnado: sucedió con el Dalai Lama, con el S.S. Gyalwang Drukpa y estaba pasando con un muchacho de 10 años reconocido como Gyalwa Lorepa, un afamado maestro del siglo XVII. El proceso de asunción de un tulku es esotérico para los occidentales: se hace basado en sueños de los sacerdotes, en astrología y oráculos.
En un santuario con ventanas que reflejaban luces y sombras de arco iris, el rapado y "renacido" Gyalwa Lorepa era sentado en un trono al costado de columnas de mármol con figuras de dragones propiciatorios enroscados, estatuas de oro de Milarepa -el héroe del Tíbet: un asesino de decenas de personas que se iluminó meditando sin respiro-, jarras de plata y dorjes (diamantes).
Mientras cientos de monjes tocaban unas trompetas elefantiásicas, cuernos de yak, conchas y gigantescos damarus (tambores) que remecían la sangre como inoculándonos "glóbulos azules"; y las monjas sonaban los drilbus (campanas) y el kangling (hueso de tibia humana hecho fagot) que detonaba ecos retumbantes (que hacían sentir colibrís lentos en el corazón).
Y comenzaba con fragor la recitación sagrada de los mantras: sonidos que como desarmadores estrella abren conexiones ocultas entre el cerebro y los dedos (entrelazados en posiciones llamadas mudras). En eso unos monjes ingresaban con los katas, las chalinas de seda ceremoniales, delante del S.S. Gyalwang Drukpa, el considerado Dragón de los dragones. Y el silencio era alicate caliente.
Digresión necesaria para entender la importancia de este evento en la historia de las religiones: S.S. Gyalwang Drukpa es hijo de dos leyendas del budismo tibetano: Bairo Rimpoche del linaje ñingmapa (la escuela más antigua) y la yoguini Kunchok Pema. Fue reconocido como un tulku (reencarnación de Naropa, considerado el Gran Meditador ) por el actual Dalai Lama. Y entronizado por el mismo Dalai en 1966 en Dharamsala, en la India. En el budismo se lo reconoce como un iluminado: un ser que consiguió liberarse del samsara: la cadena de renacimientos originados por los apegos a los deseos materiales que provocan el sufrimiento; y que ha logrado llegar a un estado mental más allá del tiempo y el espacio, de sabiduría y compasión infinita].
El ambiente era atemporal: el concilio se efectuó en la cima de la difícil montaña Druk Amitabha, donde el aire trota, levanta corros de arena y muerde y arriba de la cual se observa la luna llena anaranjada, a lo Van Gogh, más bella del mundo. Por estas laderas y precipicios arduos, a las afueras de Katmandú, transitó Sidharta Gautama, el Buda histórico, hace 2.550 años.
Druk Amitabha es la metáfora corpórea de Nepal: ese pequeño país entre la India y China, donde el 80% es hinduista y el 20% budista; y que justamente por la paz desarmada de estas dos religiones ha suscitado tesis de antropólogos. Buda es al hinduismo lo que Cristo al judaísmo: una heterodoxia redentora frente al ritualismo y el poder social y económico establecido (la casta de los brahamanes en uno, el poder de los fariseos en otro).
Pero en Nepal el budismo e hinduismo nunca han tenido guerras de religión pese a sus viscerales diferencias. Por ejemplo en el pueblo de Pharping –como les conté en el post anterior- se da un espectáculo paradójico: los hinduistas allí cortan las gargantas de masivos becerros, cerdos y gallinas; y bañan en colchas de sangre aún caliente la estatua de la diosa Kali mientras en una colina, justo al frente, monjes tibetanos vegetarianos sin dioses -en el budismo, las deidades son solo proyecciones de la mente que ayudan a llegar a estados superiores de conciencia- realizan prácticas meditativas para liberar del sufrimiento a todos los seres sensibles.
En las faldas de Druk Amitabha también morían cruelmente animales, pero en su cima estaba prohibido matar hasta los insectos. El concilio sirvió ahí para abrir al mundo la historia del legendario linaje, las enseñanzas ocultas por siglos, las reliquias de santos budistas -antes solo disponibles para elegidos- y dar iniciaciones libertarias -transmisiones de energías para meditaciones profundas- que antes se brindaban solo a yoguis con 50 años de práctica (como la de Sengey Tsewa: el fuego del león; y la del Chöd).
También para conocer sin rencor la situación criminal en el Tíbet. El huido lama Kyabje Satrul Rinpoche contaba su encuentro con monjes que padecen la opresión y "que no tienen comida, ropa, pero se quedan en cuevas secretas para conservar las enseñanzas. Uno los ve viejos y sucios, pero poseen la belleza de la libertad".
Cuando el Tíbet fue invadido por China, la mayoría de refugiados, entre ellos el Dalai Lama, fueron recibidos por la India y se establecieron al norte de este país, en Dharamsala. Nepal fue el segundo país en recibirlos: más de 7.000 tibetanos hallaron cobijo aquí: los artesanos se establecieron en ciudades campesinas, como Pokhara, y los comerciantes alrededor de las capitalinas estupas (templos circulares con reliquias y donde se realizan peregrinaciones), como en Boudanath. Cuando en la década del noventa les plantearon la posibilidad de regresar, se negaron.
Es un proceso fascinador de cambio: los lamas drukpas están aceptando poco a poco a la primera dragona occidental. Tenzin Palmo, la emancipadora primera lama británica con el título de Jetsunma (uno de los nombres de Tara, la Buda femenina) se pasó 12 años meditando sola en una caverna de los Himalayas. Todavía algunos khempos (doctores de filosofía) se retiran cuando ella habla, pero son sus monjas discípulas las que la apoyan a punta de mantras. El concilio termina con una peregrinación que se hace desde hace mil años a la estupa de Swayambunath. Allí un aprendiz de dragón le compra sus aves enjauladas a un hinduista y luego las suelta con gozo. Las "libera", es la palabra.
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