Hace una semana Megmar Tenzin, de 26 años, tomó una botella con disolvente para pintura, se roció con ella y trató de inmolarse a las puertas de la Embajada de China en Nueva Delhi
Ana Gabriela Rojas Nueva Delhi 12 NOV 2011 - 16:35 CET
"No tuve éxito. Hubiera preferido morir. Me prendí fuego para que se hable de los derechos humanos en Tíbet", dice contundentemente Megmar Tenzin. Este tibetano es uno de los últimos en la lista de la docena que se han prendido fuego este año. Les llaman los “mártires en llamas” y la mayoría son monjes y monjas. Muchos han muerto y la mayoría se concentra en Sichuan, en el suroeste de China.
Tenzin asegura que su acción, la primera fuera de China, fue como apoyo a “mis hermanos que han sacrificado sus vidas”. Hace una semana el joven de 26 años tomó una botella con disolvente para pintura que había en su casa, que está en remodelación. Después tomó un autobús que lo llevó hasta la puerta de la Embajada de China en Nueva Delhi. Allí se roció con la sustancia y encendió su mechero. Ardió por unos segundos, "pero los guardias de la Embajada llegaron en unos segundos con extintores. Me sorprendió que llegaran tan rápido".
El tibetano narra así su historia en el modesto hotel en el que está al cuidado de la comunidad tibetana en el enclave de refugiados en Nueva Delhi, Majnu Ka Tila. Aquí es donde nació y creció Tenzin y es muy conocido entre los vecinos. Decenas se han acercado a verle. Él les recibe acostado en la cama con su camisa con motivos tropicales. "Es un verdadero héroe", dice Ba Palden un viejo amigo activista que llega a mitad de la entrevista.
En su receta medica dice que tiene del 15 al 20% del cuerpo con quemaduras profundas, todas bajo una escayola en toda la pierna izquierda. La enfermera encargada asegura que necesitará cirugías de reconstrucción.
Tenzin cuenta sus dos motivos para inmolarse: "Llamar la atención internacional hacia la falta de derechos humanos en Tíbet y apelar a los tibetanos para que sigamos responsabilizándonos por la causa”. Como la mayoría de los jóvenes en el exilio, dice sentir frustración: "Occidente no se atreve a condenar a China por intereses económicos".
Lleva siete años en el activismo, algunos de ellos en el Congreso Tibetano de la Juventud. Asegura haber sido golpeado y encarcelado siete veces por protestar. Le prometió a su padre moribundo que lucharía por la causa tibetana. "La primera vez que mi padre estuvo orgulloso de mí fue cuando me encarcelaron la primera vez". Su madre adoptiva, que en realidad es su tía, se enojó cuando supo que intentó quemarse: “No por lo que quise hacer, sino porque no le avisé”, asegura. Al menos, dice que en India tiene la posibilidad de que su mensaje llegue al mundo, pero los tibetanos dentro de Tíbet son acallados.
Excusa su acción, controvertida desde el punto de vista de la religión budista: “No lo hice por beneficio propio, sino por mis hermanos, debo hacer algo por sus derechos". Reconoce que de haber muerto no hubiera cambiado nada la situación en Tíbet, “pero al menos hubiera llamado un poco la atención y se estaría hablando más de eso.
El Dalai Lama no ha condenado las inmolaciones, que se prevé puedan seguir ocurriendo. Ayer hubo otro intento de un joven monje en Katmandú. En una visita en Japón, el líder espiritual de los tibetanos aseguró que tras estos sacrificios está el “genocidio cultural” de China que tiene en una situación “desesperada” a esta comunidad. Pekín, por su parte, asegura que los incidentes son “instigador por la camarilla del Dalai Lama”.
Tenzin asegura que su acción, la primera fuera de China, fue como apoyo a “mis hermanos que han sacrificado sus vidas”. Hace una semana el joven de 26 años tomó una botella con disolvente para pintura que había en su casa, que está en remodelación. Después tomó un autobús que lo llevó hasta la puerta de la Embajada de China en Nueva Delhi. Allí se roció con la sustancia y encendió su mechero. Ardió por unos segundos, "pero los guardias de la Embajada llegaron en unos segundos con extintores. Me sorprendió que llegaran tan rápido".
El tibetano narra así su historia en el modesto hotel en el que está al cuidado de la comunidad tibetana en el enclave de refugiados en Nueva Delhi, Majnu Ka Tila. Aquí es donde nació y creció Tenzin y es muy conocido entre los vecinos. Decenas se han acercado a verle. Él les recibe acostado en la cama con su camisa con motivos tropicales. "Es un verdadero héroe", dice Ba Palden un viejo amigo activista que llega a mitad de la entrevista.
En su receta medica dice que tiene del 15 al 20% del cuerpo con quemaduras profundas, todas bajo una escayola en toda la pierna izquierda. La enfermera encargada asegura que necesitará cirugías de reconstrucción.
Tenzin cuenta sus dos motivos para inmolarse: "Llamar la atención internacional hacia la falta de derechos humanos en Tíbet y apelar a los tibetanos para que sigamos responsabilizándonos por la causa”. Como la mayoría de los jóvenes en el exilio, dice sentir frustración: "Occidente no se atreve a condenar a China por intereses económicos".
Lleva siete años en el activismo, algunos de ellos en el Congreso Tibetano de la Juventud. Asegura haber sido golpeado y encarcelado siete veces por protestar. Le prometió a su padre moribundo que lucharía por la causa tibetana. "La primera vez que mi padre estuvo orgulloso de mí fue cuando me encarcelaron la primera vez". Su madre adoptiva, que en realidad es su tía, se enojó cuando supo que intentó quemarse: “No por lo que quise hacer, sino porque no le avisé”, asegura. Al menos, dice que en India tiene la posibilidad de que su mensaje llegue al mundo, pero los tibetanos dentro de Tíbet son acallados.
Excusa su acción, controvertida desde el punto de vista de la religión budista: “No lo hice por beneficio propio, sino por mis hermanos, debo hacer algo por sus derechos". Reconoce que de haber muerto no hubiera cambiado nada la situación en Tíbet, “pero al menos hubiera llamado un poco la atención y se estaría hablando más de eso.
El Dalai Lama no ha condenado las inmolaciones, que se prevé puedan seguir ocurriendo. Ayer hubo otro intento de un joven monje en Katmandú. En una visita en Japón, el líder espiritual de los tibetanos aseguró que tras estos sacrificios está el “genocidio cultural” de China que tiene en una situación “desesperada” a esta comunidad. Pekín, por su parte, asegura que los incidentes son “instigador por la camarilla del Dalai Lama”.