La mayoría de las 1.339 víctimas del terremoto eran de origen tibetano
El Dalai Lama pone en un dilema a China al pedir ir a Tíbet por el seísmo
El guía espiritual de Tíbet lleva medio siglo sin pisar su país, devastado por el terremoto de Qinghai.
PEKÍN- El ritual funerario tibetano consiste en trocear el cadáver y extender los pedazos para que los devoren las aves rapaces. Pero como resulta logística e higiénicamente arriesgado hacerlo con los cientos de tibetanos que fallecieron en el terremoto del pasado miércoles (el total de víctimas asciende ya a 1.339 muertos), se ha decidido organizar piras y quemarlos al aire libre.
Lo cierto es que las ciudades y aldeas arrasadas por el seísmo formaban parte del área tibetana que gozó de una suerte de independencia hasta que las tropas maoístas se hicieron con el control en 1949. En definitiva, el sur de Qinghai era parte del Tíbet y tibetanos son la mayoría de las víctimas de la tragedia.
El propio Dalai Lama nació en una aldea de esta región llamada Taktser y situada relativamente cerca del epicentro. Aprovechando la coyuntura, la máxima autoridad del budismo tibetano dejó caer ayer otra de sus bombas camufladas de caricias y sonrisas, pidiendo que el Gobierno chino le permita pasear su túnica granate por las zonas destruidas para «confortar a las víctimas».
El Dalai Lama lleva medio siglo sin pisar su país y es perfectamente consciente de que Pekín no le va a permitir prodigarse entre los heridos como si fuera el Mesías entre los leprosos. Su anuncio es, más bien, un golpe de efecto para contrarrestar los esfuerzos realizados estos últimos días por el Gobierno chino.
Pekín ha querido transmitir la imagen de que no va a abandonar a los atrapados entre los escombros, a pesar de que la mayoría pertenece a la etnia tibetana que tantos problemas le trae al régimen. El presidente, Hu Jintao, regresó de urgencia de una gira internacional por Latinoamérica, dejando plantado, entre otros, al mandatario venezolano, Hugo Chávez, para «estar más cerca de las víctimas».
Por toda China, las colectas benéficas han sido recurrentes y el régimen de Pekín ha gestionado el flujo de información y dosificado la propaganda con más tacto de lo habitual.
El devastador terremoto de Qinghai tiene un significado político para China. Bien gestionado, puede ser una campaña propagandística impagable para el Gobierno. Mal llevado, podría ser el detonante de una nueva revuelta popular en la zona, de un terremoto político que los jerarcas chinos temen más que cualquier otro movimiento sísmico.
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