domingo, 16 de mayo de 2010

Karma: la justicia Infalible

Karma: la justicia infalible

Karma es una palabra en sánscrito que significa: “trabajo, acción, labor, actividad; también resultado, efecto”; y se refiere a una ley natural tal como es la Ley de la Gravedad. Karma es la Ley de la causa y el efecto cuyo principio es: “A cada acción o actividad le corresponde una reacción que se le devuelve al ejecutante en la misma intensidad”. Muy semejante a la Tercera Ley de Newton del Movimiento. En la Biblia también se habla de la Ley del Karma, allí se conoce como la Ley de Talión: “Ojo por ojo, diente por diente” o “con la misma vara que midas, serás medido” o “lo que siembres, cosecharás”. Así mismo, Jesús dijo: “No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti”.

Los científicos comprenden cómo esta ley física de acción y reacción se aplica a todos lo objetos materiales, y que no pueden existir acciones o acontecimientos sin sus causas correspondientes; pero la mayoría permanece inconsciente e ignoran que esta ley también opera para todas las personas de acuerdo a sus acciones y pensamientos, rigiendo e influenciando el campo sutil de la conciencia.

De este modo, es por la ley del karma que la yiva o entidad viviente, desde tiempo inmemorial ha estado actuando en el mundo material, disfrutando y/o sufriendo las reacciones de sus propias obras; dando lugar así a su transmigración o emigración de un cuerpo material a otro. Y mientras ella transmigra, padece y/o disfruta de los resultados de sus actividades pasadas o karma. Karma significa también “cautiverio”. Aún “el buen karma” o actividades piadosas, atan a una persona a la rueda de la transmigración.

La yiva crea su propio karma con sus deseos particulares de disfrutar de este mundo de diferentes maneras. De modo que, ni Krishna (Dios) ni la naturaleza material son responsables por el karma de la yiva; ésta construye su propio destino, y según sus actividades la naturaleza material (bajo la supervisión de Dios), sencillamente la conduce de uno a otro cuerpo para que lleve a cabo sus deseos. Si uno quiere trascender el samsara o los repetidos nacimientos y muertes, tiene que estar libre de todo karma.

La liberación de la gran cadena del karma llega a través del conocimiento trascendental. “Así como el fuego convierte a la madera en cenizas, ¡Oh! Arjuna, del mismo modo, el fuego del conocimiento convierte en cenizas todas las reacciones de las actividades materiales” (El Bhagavad Gita 4, 37). Este fuego del conocimiento se refiere a la conciencia que desarrolla la yiva de su propia posición constitucional como eterna sirviente de Dios. Cuando uno se entrega a Krishna, trasciende inmediatamente todo el karma pasado, presente y futuro. La yiva no puede liberarse del karma con el simple hecho de parar sus actividades. Los Vedas consideran al alma (yiva) como eterna e irrevocablemente activa. Es verdaderamente imposible para el ser corporificado abandonar sus actividades. No obstante, se dice que aquel que renuncia a los resultados de la acción, es el que ha renunciado de verdad. En otras palabras, uno tiene que aprender el arte de trabajar sin incurrir en karma, reacción.

En El Bhagavad Gita, el Señor Krishna explica en detalle este arte de actuar sin reacción, Karma Yoga. Él expone cómo aquel que ejecuta sus actividades como un sacrificio al Señor Supremo evita todo karma o cautiverio dentro de este mundo material. Esta actividad de sacrificio tan refinada se llama akarma, es decir, acción sin reacción. El Narada Pancharatra explica que el arte del Karma Yoga es “servir al Señor de los Sentidos con los sentidos de uno”. Y para aprender esto se debe acudir a un guru (Maestro Espiritual) genuino quien enseñe como hacerlo. Es la función del guru educar a sus discípulos en este arte de actuar sin incurrir en reacción.

Para contrarrestar la actividad pecaminosa, se requiere de una expiación proporcional a ella. Eso es lo que prescriben las Escrituras. Si uno ejecuta la expiación antes de la muerte, en su siguiente vida no le llegará la reacción y progresará. Mas, si uno no expía sus actividades pecaminosas, llevará consigo sus respectivas reacciones y tendrá que sufrir de alguna manera por no purificarse. Según la ley, si un hombre mata a alguien, él mismo tiene que ser matado por haber matado. La idea de “ojo por ojo, diente por diente” no es un concepto muy nuevo, y lo hallamos también en el Manu samhita, el Código Védico de Leyes para la Humanidad, escrito miles de años atrás. En este código se dice que cuando el rey cuelga a un asesino, éste de hecho se beneficia; pues si no es matado, llevará consigo la reacción de su asesinato y tendrá que sufrir de muchas maneras.

Las Leyes de la Naturaleza son muy sutiles y son administradas muy diligentemente, aunque las personas no conozcan ni entiendan esto. En el Manu Samhita se aprueba el concepto: “Ojo por ojo, diente por diente”; que, en efecto, es observado en todas partes del mundo. De forma similar, existen otras leyes que dictaminan que uno no puede matar ni siquiera una hormiga sin hacerse responsable por ello. Pues, así como no podemos crear, no tenemos ningún derecho de matar a ninguna entidad viviente; por consiguiente, las leyes hechas por el hombre, que distinguen entre matar un hombre y matar un animal, son imperfectas. En las leyes de Dios no hay defectos, en cambio, en las leyes hechas por el hombre si hay imperfecciones. Según las leyes de Dios, matar a un animal es un hecho tan punible como matar a un ser humano. Aquellos que hacen distinciones entre estos dos hechos, están inventando sus propias leyes. Hasta en los Diez Mandamientos se prescribe la Ley: “No matarás”. Esa es la ley perfecta, pero al especular y hacer discriminaciones, el ser humano las desvirtúan: “No mataré al hombre, pero sí a los animales”. De esta forma, la gente se engaña y sin querer se inflinge a sí misma un sufrimiento y a los demás también. De cualquier modo, las Leyes de Dios no nos disculparán este comportamiento.

Existen ciudades en el mundo en donde, según la ley, es una ofensa por parte del dueño, si su perro le ladra a otra persona que pasa por la calle. Nadie debe ser asustado por los ladridos de un perro, así es que uno debe ocuparse de su perro. Tal ley existe. El perro únicamente está ladrando, pero eso ya es pecaminoso, aunque el no sea el responsable porque es un animal; pero debido a que el dueño del animal ha vuelto al perro su mejor amigo, él es responsable por su perro ante la ley. Y si un perro ajeno entra en su casa, no debe ser matado, pero los dueños del perro sí pueden ser enjuiciados.

Como el ladrido del perro es ilegal, así mismo el ofender a otras personas también es pecaminoso. Eso es igual que ladrar. Las actividades pecaminosas se cometen de muchas maneras directa e indirectamente. Bien sea que pensemos en actividades pecaminosas, o que hablemos de algo pecaminoso, o que de hecho cometamos una actividad pecaminosa, todo eso se considera una actividad pecaminosa, y uno tiene que sufrir algún castigo por ellas.

De esta manera, el tipo de cuerpo que uno reciba en su próxima vida estará determinado tanto por el tipo de conciencia que uno desarrolle en esta existencia como también por la infalible ley del karma. En cuanto al desarrollo de la conciencia, ésta depende de nuestros pensamientos, deseos y acciones; lo cual quiere decir que todo lo que hemos pensado, deseado y hecho durante toda nuestra vida quedan como impresiones en nuestra mente y ellas son las que determinarán nuestros pensamientos o nuestro estado de conciencia en el momento de morir. Así, la naturaleza material nos proporcionará un nuevo cuerpo conforme a esos pensamientos. La clase de cuerpo que tenemos ahora, es el resultado del estado de conciencia que tuvimos al morir la última vez. Y por supuesto, también ha dependido de nuestro karma; es decir de nuestras actividades que han provocado sus consiguientes reacciones, tal como una semilla que cuando la plantamos va fructificando con el transcurso del tiempo. Estas reacciones del karma son el polvo que cubre el espejo de nuestra conciencia espiritual pura.

Así, en el momento de la muerte, los elementos más refinados (la mente, la inteligencia y el ego falso), que forman el cuerpo sutil, crean la forma sutil del siguiente cuerpo burdo que ocupará la entidad viviente. Y a semejanza de la oruga que se transporta de hoja en hoja, cogiéndose de la siguiente antes de abandonar la anterior; así la entidad viviente, mediante la mente, que es el medio por el cual se manifiestan sus pensamientos y deseos, inicia la preparación de un nuevo cuerpo antes de abandonar el actual. Es decir, la mente es el mecanismo que dirige estas transmigraciones, impulsando al alma hacia nuevos y diferentes cuerpos. Así es que, es mediante este cuerpo sutil cómo la entidad viviente sucesivamente se desarrolla, abandona y ocupa uno tras otro los cuerpos burdos. Finalmente, este cuerpo sutil es el que precisamente hará de vehículo para transportar la pequeña partícula que es el alma individual a otro cuerpo para que goce y/o sufra según las acciones anteriores realizadas.

De este modo, el nacimiento y la muerte son dos terribles experiencias de tortura. El nacimiento es una forma de tortura tal, que borra cualquier recuerdo que uno pudiera haber conservado sobre su vida pasada; y a la hora de la muerte, el alma está tan habituada a vivir dentro del cuerpo que es forzada a marcharse, sin remedio, por las leyes de la naturaleza material. Las Escrituras Védicas nos informan que únicamente las almas emancipadas, conscientes de su verdadera identidad espiritual, son capaces de pasar por la muerte sin angustias.

Pero podemos emanciparnos de este eterno ciclo de muertes y nacimientos repetidos llamado samsara, si es que comprendemos muy bien la ley del karma. Es decir, que si en esta vida podemos preparar nuestro siguiente cuerpo mediante nuestros pensamientos y acciones; entonces, muy bien podremos usar nuestra mente e inteligencia para comprender el conocimiento espiritual y así obtener un cuerpo más elevado; porque de lo contrario, si utilizamos la mente únicamente para el logro del placer material recibiremos un cuerpo más bajo. Es decir que, mientras nuestra mente sea impura, nuestra conciencia será oscura; y quien esté absorto en las actividades para complacer los sentidos tendrá que ocupar otro cuerpo material.

Todo este gran complejo sistema que gobierna la Ley de la Transmigración de los seres vivos y la Ley del Karma constituye la Ciencia de la Reencarnación, de modo que la conciencia es el eslabón perdido; pues, el desarrollo de la conciencia constituye la verdadera Evolución del Ser. Por ello es preciso actuar siempre en el plano del alma espiritual que es el verdadero yo. Y el actuar en ese plano se llama Bhakti Yoga o servicio amoroso a la Suprema Personalidad de Dios, Sri Krishna.

*El mismo sufrimiento que causamos a otros seres, lo padeceremos de igual forma; porque toda acción conlleva su propia reacción.

*Si un ser humano desperdicia su vida viviendo como lo hacen los animales, tan sólo comiendo, durmiendo, defendiéndose y apareándose; olvidando su relación con Dios (como su sirviente amoroso), entonces sufrirá las consecuencias de sus deseos egoístas, viviendo en un cuerpo inferior hasta que aprecie más lo que ha perdido.

*La entidad viviente inicia la preparación de un nuevo cuerpo antes de abandonar el actual a través de la influencia de la mente, que es el medio por el cual se manifiestan los pensamientos y deseos.

Por tanto, nuestros deseos determinarán cuál será nuestro próximo cuerpo.

Máximas:

“Disgustarse con alguien es falta de compasión”.

“Ocúpese siempre en hablar sobre temas espirituales. De lo contrario hará lo que el sapo hace al croar, atraer a la serpiente que será la causa de su propia muerte”.

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