viernes, 19 de agosto de 2011

EEUU-China: la estabilidad como dogma

EEUU-China: la estabilidad como dogma

La visita del vicepresidente Joe Biden a China visualiza un pacto monetario y cambiario con el país asiático
Antonio Sánchez-Gijón.– La extraña leyenda del amor entre la gran dictadura socialista de Asia y la gran democracia capitalista de Norteamérica tiene un capítulo nuevo que dice así: "...y llegó a Pekín el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden y pronunció el ábrete sésamo que siempre te ganará el corazón del emperador chino: "estabilidad". Primero la invocó ante los medios que le acompañaban; luego en su conversación con el vicepresidente chino Xi Jinping: "Estoy absolutamente seguro de que la estabilidad económica del mundo depende en gran parte de la cooperación entre los Estados Unidos y China". Y remachó más tarde: esa colaboración "es, desde mi punto de vista, la clave de la estabilidad mundial. Llegaba Biden a China para dos objetivos: familiarizarse con el futuro presidente y secretario general del partido comunista chino, Xi Jinping, así como con el que será sin duda próximo primer ministro, Li Kegiang (quienes serán designados a finales del 2012 para suceder respectivamente al presidente Hu Jintao y al primer ministro Wen Jiabao) y tratar de transmitir tranquilidad a los gobernantes chinos sobre la posición del dólar como principal moneda de reserva del mundo.
En esta situación, el presidente Obama se halla bajo presión mundial para que la Reserva Federal inyecte liquidez en dólares a la flaqueante economía norteamericana, y coJoe Biden en Chinantribuya a impedir que la del mundo caiga en recesión, lo cual, sin embargo, produciría una desvalorización de las reservas chinas en dólares ($1,2 billones), y la consiguiente revalorización del renmimbi y pérdida consiguiente de la competitividad de las exportaciones.
La palabra "estabilidad" representa la idea-fuerza que ha guiado a China desde los años ochenta. Nadie la expresó mejor que el padre de su modernización, Deng Xiaoping, cuando vio que el mundo al que estaba habituada la China comunista, la de una constelación de países socialistas más o menos amigos, más o menos hostiles, empezó a derrumbarse a finales de 1989: "En la presente situación internacional, toda la atención del enemigo se concentrará en China. Y usará cualquier pretexto para causarnos problemas, para crearnos dificultades y presionarnos. (Por tanto China) necesita estabilidad, estabilidad y todavía más estabilidad".
Esta era también la forma en que Deng trataba de justificar la brutal represión que había desencadenado meses antes (junio de 1989) contra las protestas masivas que terminaron con la matanza de la plaza de Tian Anmen, y que podían desembocar, según él, en una guerra civil. "La inestabilidad de China causaría la inestabilidad del mundo, lo que podría implicar a las grandes potencias", le explicó años después a Henry Kissinger. Para él, la filosofía materialista se sintetizaba en una breve sentencia: "el desarrollo es el principio absoluto".
La visita de Biden ha sido precedida por una sintomática campaña de la prensa china encareciendo las virtudes de las reformas a largo plazo, la reducción de los déficits, el ahorro y la creación de puestos de trabajo. El director de la agencia china de calificación Dagong, Guan Jianzhong, declaró recientemente a Der Spiegel que "el potencial de desarrollo económico, así como los ingresos y los gastos de su economía (de los Estados Unidos) están teniendo unos rendimientos muy pobres". Lo que para China representó en su día el dogma supremo de estabilidad político-social interna, hoy lo representa al parecer la estabilidad del dólar.
De ahí el susto de las autoridades chinas cuando vieron recientemente a los Estados Unidos bordear el abismo del "default" de las cuentas públicas norteamericanas. Pero como se preguntaba recientemente Georges Soros, ¿qué contribución está haciendo China a la estabilidad de la economía mundial? Muy poco. Por ejemplo, ¿qué efecto puede causar en los equilibrios mundiales una economía china que ha crecido en el último año a un 9,5% mientras el resto de las economías industriales se empantanan en el 1% o 2%?
Es probable que los chinos respondan que ya están contribuyendo a la economía mundial dejando que el renmimbi se revalúe lentamente, lo que puede haber contribuido a que las exportaciones norteamericanas a China crecieran más rápidamente que a ningún otro bloque económico en el último año, aunque con un volumen total poco acorde con la magnitud de las primeras economías del mundo: poco más de $100.000 millones. También las cifras de las reservas chinas en dólares deben relativizarse de acuerdo con los volúmenes globales: con una deuda pública de Estados Unidos, de 13 o 14 billones de dólares, los títulos detentados por China son algo menos del 10%, aunque quizás representan la cuarta parte del total de reservas de China. Pero son unas reservas que no paran de crecer; por ejemplo, $153.000 millones en el segundo trimestre del año.
¡Una bicicleta con ruedas!
La estabilidad puede convertirse en una trampa para China. Al parecer, no hay quien mueva a la sociedad china a que consuma más y no ahorre tanto. Quizás una elevación de las aspiraciones sociales y materiales, que tanto tienen que ver con las expectativas políticas, ayudaría bastante. Pero la aparición en fuerza de demandas populares de bienestar correría el peligro de ser vista como una amenaza a la estabilidad política. El liderazgo chino parece metido en un círculo vicioso pero no muestra la audacia necesaria para reformular el principio de estabilidad de forma distinta a como lo hizo en su día Deng Xiaoping.
Afortunadamente, nada de estas alternativas parece implicar, por ahora, un riesgo estratégico. La apenas formalizada relación de seguridad entre China y los Estados Unidos no presenta alteraciones alarmantes..., de momento. Mucho se ha querido ver en la reciente entrada en servicio del primer portaviones chino, un viejo casco de origen ucraniano reconstruido. De más alcance es el desarrollo de misiles antinavales de largo alcance, que pueden dar alguna inquietud a la VII flota norteamericana y su enorme poderío aeronaval. Mucho se ha hablado también de los cálculos chinos para construir en la costa pakistaní una base naval, que ayude a la marina a proyectarse sobre el Índico y los estrechos del sudeste de Asia, por donde pasan suministros vitales.
 En este sentido, hay que prestar atención a formas latentes de hegemonismo sobre el mar del Sur de China, y sus pretensiones sobre las islas Spratly y Paracelso. Pero quizás aquí también se aplica el dogma de la estabilidad, que una reivindicación abierta podría romper. Del mismo modo, no se espera que el suministro de unas escuadrillas de aviones F-16 de nueva generación a Taiwán vayan a envenenar el consenso en materia de seguridad entre China y los Estados Unidos, también establecido en la época de Deng.
Nada de esto importa ahora. Lo que contaría, por lo menos desde el punto de vista de los Estados Unidos, es lo que Henry Kissinger postuló hace algo más de un año: los Estados Unidos y China deberían entrar en un ciclo económico en que el consumo de uno alimentase la producción y las exportaciones del otro, para a continuación cambiar el sillín. Al fin y al cabo, la estabilidad sólo se consigue dándole vueltas a unas ruedas...
Antonio Sánchez-Gijón es analista internacional.

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