Alberto Masegosa
Dharamsala (India), 20 may (EFE).- El miedo es
el común denominador de los tibetanos que se refugian en la India, cuyo
goteo es lento pero constante y han convertido a este país en el de
mayor número de desplazados por la ocupación china de Tíbet.
Más
de tres cuartas partes de los 120.000 exiliados tibetanos han encontrado
un hueco en suelo indio, donde la mayoría mantiene una especie de pacto
de silencio tras huir a través de la Cordillera del Himalaya en muchas
ocasiones de manera clandestina.
El campamento de refugiados de
Kanyara -cerca de Dharamsala, residencia del Dalai Lama y sede del
Gobierno tibetano en el exilio, en el norte de la India-, sirve de
ejemplo del escaso pero continúo flujo que se registra desde el vecino
territorio chino.
Entre 600 y 700 refugiados pasan de media cada
año por las instalaciones, en las que los desplazados se someten a
revisión médica antes de regularizar su situación administrativa con las
autoridades locales e iniciar una nueva vida fuera del centro.
Cuarenta
internos había esta semana en el campamento pero pocos querían hablar, y
eran aún menos los que permitían que se les hiciera fotos.
"Por
cuestión de seguridad, para ellos el contacto con alguien del exterior
es algo muy delicado. Tienen miedo. Temen que sus familias y amigos
sufran represalias en el interior de Tíbet", explicó a Efe la
subdirectora del campo, Mingyuk Youdon.
Youdon apuntó que en sus doce años de experiencia como funcionaria en Kanyara ha sido testigo de todo tipo de casos.
"He visto a algunos que han llegado con los pies congelados después de cruzar andando durante días el Himalaya", asegura.
"Para
la mayoría -relata-, su primera escala es Nepal, en donde suelen entrar
ilegalmente. En Katmandú, son atendidos por un centro de acogida de
refugiados dependiente de la ONU, que los remite a Nueva Delhi, desde
donde por último se les traslada aquí".
El trayecto descrito por
Youdon es el que han recorrido los dos últimos llegados al campamento,
que se identifican como Kunshok Samten, un monje de 31 años, y Tsewang
Gurmey, un pastor de 21, y que afirman que se fugaron de Tíbet hace
apenas quince días.
Ambos consintieron en hablar bajo la estricta condición de no que fueran grabados con ningún soporte audiovisual.
Procedente
de la población de Rinochen, en el norte del territorio tibetano,
Samten se limita a decir que "he venido a completar mis estudios
religiosos porque en mi monasterio no podemos estudiar por las
restricciones de las autoridades chinas".
"Los chinos nos obligan a seguir cursos de reeducación porque odian nuestra religión, que es base de nuestra identidad", añade.
Más
locuaz, Gurmey sostiene que "he venido en busca de formación
profesional y para estar cerca del Dalai Lama. En Tíbet no se puede
vivir. Hay represión y no hay libertad. No se puede ir de una calle a
otra sin que la policía pida que te identifiques".
"Están
prohibidas las manifestaciones, no te puedes reunir con los amigos, no
puedes expresar ninguna opinión, casi no te puedes ni mover. Incluso
está prohibido enseñar o mostrar en público cualquier imagen en la que
aparezca el Dalai Lama", denuncia.
El joven no tiene claro lo que hará en el futuro aunque anota que le gustaría tener un empleo "vinculado con la causa tibetana".
Gurmey
alega que la situación es más que tensa en su pueblo, Tawo Deong,
fronterizo con China y escenario de dos de la treintena de inmolaciones
registradas desde el año pasado entre los tibetanos en protesta por la
ocupación del gigante asiático. EFE
amg/msr
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