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jueves, 26 de diciembre de 2013

El niño y el caracol

El niño y el caracol


Soy un caracol. Lo que voy a contarles ahora es algo que me ocurrió hace varios años y que cambió mi forma de entender mi vida y la de mi entorno para siempre.
Estaba cansado de tener que arrastrarme por una sonrisa, de tener que suplicar porque un señor no me pisara y de tramar estrategias para recorrer unos breves pasos sin jugarme la vida.
Un día en el que me encontraba especialmente pesaroso de ser un caracol me encontré con un duende que me ofreció un vale que consistía en convertirme en cualquier otro animal por un día. Me habría gustado ser ave, para volar el firmamento, o ser un caballo, para atravesar largas distancias en un santiamén; sin embargo, esas especies no me atraían lo suficiente: podía comprender qué era lo que las movía a comportarse de una forma u otra. Pero quién entiende a los humanos, me pregunté. Esto me convenció para inclinarme por esta metamorfosis; porque supe que la mejor forma de entenderlos era ponerme en su pellejo. Lo que vi no me gustó nada.
Un niño jugaba con un palo a perseguir a una ranita que tenía una de sus patitas enredada en un trozo de hilo que le impedía soltarse. La pobre gritaba y se movía en redondo intentando escapar de los pasos aplastantes y la risa macabra que no se apagaba. Me acerqué a él.
—¿Qué haces?
—¡Mira qué divertida cómo chilla!
Le quité el palo y lo miré lleno de furia.
—¿Por qué lo haces?
—No sé, es divertido… ¿No?
—¿Te gustaría que viniera alguien más grande que tú y comenzara a perseguirte a los gritos con un palo?
El niño se quedó mudo y después de un silencio me dijo que lo dejara en paz, y se marchó. Ayudé a la ranita a desenredarse y decidí seguirlo. Lo vi tras el vidrio de una ventana: un hombre que tenía dos veces su altura le gritaba mientras lo perseguía por toda la habitación con la mano levantada. Me dio pena, pero no justifiqué su actitud. Más tarde lo observé en la escuela. Era un niño muy estudioso, con ganas de saber cosas, pero todos sus compañeros se reían de él y en el recreo le gastaban bromas pesadas que él tenía que tolerar sin chistar, para parecer un hombre. También me dio pena, pero menos comprendí su actitud.
Lo esperé a la salida y le dije:
—Ya conozco tu secreto.
—¿De qué hablas?
—Nadie te respeta y por eso molestas a los más débiles, pero ¿no sabías que hay una forma mejor de vengarte, o de sentirte menos solo?— Me miraba con los ojos muy grandes, como si le estuviera descubriendo un mundo y una realidad misteriosa. —Tendrás un grupo de amigos invaluable y podrás sentirte realmente en un grupo, y en una familia— concluí.
Se hacía tarde, debía volver junto al duende: el día como humano tocaba a su fin. Al despedirnos, descubrí que el pequeño había cambiado rotundamente. Unos ojos brillantes y una sonrisa límpida iluminaban su rostro y decenas de bichejos le trepaban por las piernas.
Ser humano no fue nada divertido, lo reconozco: los abusos de poder, la mala distribución de los bienes, las insolencias y las vidas terribles que viven los más débiles me dejaron desolado. ¡La vida de caracol es mejor, definitivamente! Solo nos preocupamos de cuidar a nuestros seres queridos y nuestra vida tiene un sentido claro: cosa que no ocurre con los humanos. Pero por suerte, de vez en cuando, nace un niño que por una determinada circunstancia descubre que la verdadera fuerza surge del respeto, y entonces una llamita de esperanza ilumina la tierra. A lo mejor es por eso que todavía no se ha extinguido esta especie tan ruin y devastadora.

sábado, 17 de septiembre de 2011

el arbol de la mentira

L ARBOL DE LA MENTIRA

La Verdad y la Mentira se pusieron a vivir juntas una vez
y, pasado cierto tiempo, la Mentira, que es muy inquieta,
le propuso a la Verdad que plantaran un árbol, para que
les diese fruta y poder disfrutar de su sombra en los días
más calurosos. La Verdad, que no tiene doblez y se
conforma con poco, aceptó la propuesta.

Cuando el árbol estuvo plantado y empezó a crecer frondoso,
la Mentira propuso a la Verdad que se lo repartieran entre
las dos, cosa que agradó a la Verdad. La Mentira, dándole a
entender con razonamientos muy bellos y bien construidos que
la raíz mantiene al árbol, le da vida y, por ello, es la
mejor parte y la de mayor provecho, aconsejó a la Verdad que
se quedara con las raíces, que viven bajo tierra, En tanto,
ella se contentaría con las ramitas que aún habían de salir
y vivir por encima de la tierra, lo que sería un gran
peligro, pues estarían a merced de los hombres, que podrían
cortarlas o pisarlas, cosa que también podrían hacer los
animales y las aves. Además, le dijo que los grandes calores
podrían secarlas, y quemarlas los grandes fríos; por el
contrario, las raíces no estarían expuestas a estos peligros.

Al oír la Verdad todas estas razones, como es bastante
crédula, muy confiada y no tiene malicia alguna, se dejó
convencer por su compañera la Mentira; creyò que era verdad
lo que le decía.

La Verdad se metió bajo tierra para vivir, pues allí estaban
las raíces, que ella había elegido, y la Mentira permaneció
encima de la tierra, con los hombres y los demás seres vivos.
Y como la Mentira es muy lisonjera, en poco tiempo se ganó la
admiración de la gente, porque su árbol comenzó a crecer y a
echar grandes ramas y hojas que daban fresca sombra; también
nacieron en el árbol flores muy hermosas, de muchos colores.

Al ver un árbol tan hermoso, muchas personas empezaron a
reunirse junto a él muy contentas; gozaban de su sombra y de
sus flores; la mayoría de la gente permanecía allí, e
incluso quienes vivían lejos se recomendaban el árbol de la
Mentira por su alegría, sosiego y sombra fresca.

Así, la Mentira se sentía muy honrada y era muy considerada
por quienes buscaban siempre su compañía: al que menos se
acercaba a ella y menos sabía de sus artes, todos lo
despreciaban, e incluso él mismo se descalificaba.

Mientras esto le ocurría a la Mentira, que se sentía muy
feliz, la triste y despreciada Verdad estaba escondida bajo
la tierra, sin que nadie supiera de ella ni quisiera ir a
buscarla. Viendo la Verdad que no tenía con qué alimentarse,
sino con las raíces de aquel árbol que la Mentira le aconsejó
tomar como suyas, y a falta de otro alimento, se puso a roer
y a cortar para su sustento las raíces del árbol de la
Mentira. Aunque el árbol tenía ramas gruesas, hojas muy
anchas que daban mucha sombra y flores de colores muy alegres,
antes de que llegase a dar su fruto fueron cortadas todas sus
raíces, pues tuvo que comérselas la Verdad.

Cuando las raíces desaparecieron, la Mentira estaba a la
sombra de su árbol con todas las personas que aprendían sus
artimañas, se levantó viento y movió el árbol que, como no
tenía raíces, muy facilmente cayó derribado sobre la Mentira,
a la que hirió y quebró muchos huesos, así como a sus
acompañantes, quienes resultaron malheridos.

Entonces, por el vacío que había dejado el tronco, salió la
Verdad, que estaba escondida, y cuando llegó a la superficie
vio que la Mentira y todos los que la acompañaban estaban muy
maltrechos. Habían recibido gran daño por haber seguido el
camino de la Mentira.

La Mentira tiene ramas muy grandes y sus flores, que son sus
palabras, pensamientos o halagos, son muy agradables y gustan
mucho, pero son efímeros y nunca llegan a dar buenos frutos.
A quienes usen de los halagos y engaños de la mentira,
evitalos cuanto puedas, porque cuando se encuentren más
confiados, les sucederá como al árbol de la Mentira y a
quienes se cobijaron bajo él.

Aunque muchas veces en nuestros tiempos la verdad sea
menospreciada, abrazate a ella. La verdad siempre te hará
libre.

martes, 12 de abril de 2011

el gusano y el escarabajo

El Gusano y el Escarabajo
Había una vez un gusano y un escarabajo que eran amigos, pasaban charlando horas y horas.
El escarabajo estaba consciente de que su amigo era muy  limitado en movilidad, tenía una visibilidad muy restringida y era muy tranquilo comparado con los de su especie.

El gusano estaba muy consciente de que su amigo venía de otro ambiente, comía cosas que le parecían desagradables y era muy acelerado para su estándar de vida, tenía una imagen grotesca y hablaba con mucha rapidez.

Un día, la compañera del escarabajo le cuestionó la amistad hacia el gusano.
- ¿Cómo era posible que caminara tanto para ir al encuentro del gusano?
A lo que él respondió que el gusano estaba limitado en sus movimientos.
- ¿Por  qué seguía siendo amigo de un insecto que no le regresaba los saludos efusivos que el escarabajo hacía desde lejos?

Esto era entendido por él, ya que sabía de su limitada visión, muchas veces ni siquiera sabía que alguien lo saludaba y cuando se daba cuenta, no distinguía si se trataba de él para contestar el saludo, sin embargo calló para no discutir.

Fueron muchas las respuestas que en el escarabajo buscaron para cuestionar la amistad con el gusano, que al final, éste decidió poner a prueba la amistad alejándose un tiempo para esperar que el gusano lo buscara.

Pasó el tiempo y la noticia llegó: el gusano estaba muriendo, pues su organismo lo traicionaba por tanto esfuerzo, cada día emprendía el camino para llegar hasta su amigo y la noche lo obligaba a retornar hasta su lugar de origen.

El escarabajo decidió ir a ver sin preguntar a su compañera qué opinaba.
En el camino varios insectos le contaron las peripecias del gusano por saber qué le había pasado a su amigo. Le contaron de cómo se exponía día a día para ir a dónde él se encontraba, pasando cerca del nido de los pájaros. De cómo sobrevivió al ataque de las hormigas y así sucesivamente.

Llegó el escarabajo hasta el árbol en que yacía el gusano esperando pasar a mejor vida. Al verlo acercarse, con las últimas fuerzas que la vida te da, le dijo cuánto le alegraba que se encontrara bien. Sonrió por última vez y se despidió de su amigo sabiendo que nada malo le había pasado.

El escarabajo avergonzado de sí mismo, por haber confiado su amistad en otros oídos que no eran los suyos, había perdido muchas horas de regocijo que las pláticas con su amigo le proporcionaban. Al final entendió que el gusano, siendo tan diferente, tan limitado y tan distinto de lo que él era, era su amigo, a quien respetaba y quería no tanto por la especie a la que pertenecía sino porque le ofreció su amistad.

El escarabajo aprendió varias lecciones ese día. La amistad está en ti y no en los demás, si la cultivas en tu propio ser, encontrarás el gozo del amigo.
También entendió que el tiempo no delimita las amistades, tampoco las razas o las limitantes propias ni las ajenas.
Lo que más le impactó fue que el tiempo y la distancia no destruyen una amistad, son las dudas y nuestros temores los que más nos afectan. Y cuando pierdes un amigo una parte de ti se va con él. Las frases, los gestos, los temores, las alegrías e ilusiones compartidas en el capullo de la confianza se van con él. 

El escarabajo murió después de un tiempo. Nunca se le escuchó quejarse de quien mal le aconsejó, pues fue decisión propia el poner en manos extrañas su amistad, solo para verla escurrirse como agua entre los dedos.
Si tienes un amigo no pongas en tela de duda lo que es, pues sembrando dudas cosecharás temores. No te fijes demasiado en cómo habla, cuánto tiene, qué come o qué hace, pues estarás poniendo en una vasija rota tu confianza.

lunes, 3 de enero de 2011

La sopa de piedras

La sopa de piedras

Un viajero llegó un día caminando a cierto pueblo que estaba atravesando una época de hambre. Los lugareños al verlo llegar creyeron que el hombre buscaba que le diesen un poco de comida, e intentaron obligarlo marcharse "Fuera de aquí viajero" decían "No tenemos nada que comer para nosotros mismos y no podemos darte nada a tí".

"No os preocupéis" dijo el hombre "no he venido a pediros comida, sino a haceros probar una deliciosa sopa". El viajero tomó un caldero, vertió agua en él y lo puso a calentar. A continuación sacó unas piedras de su mochila y las echó al agua. Los lugareños le observaban, un tanto ensimismados.

"Mmmmm..." exclamó el hombre oliendo el vapor. "La sopa de piedras es deliciosa. Sin embargo sabe aún mucho mejor si se le añade algo de coliflor".

"¡Yo tengo una!" dijo una mujer. No me gusta su sabor cuando no tengo otra cosa con que combinarla, así que la guardé. El viajero dió las gracias y echó la coliflor al caldo. Al ver esto, otro hombre dijo "¿Y si le ponemos algo de cebolla?. Aunque no tengo otra cosa para comer, tengo algunas que sobraron de mi huerto...".

Pronto muchos otros lugareños aportaron otros ingredientes: zanahorias, patatas, algo de arroz...hasta que al fin quedó un estupendo guiso que todos y cada uno pudieron disfrutar, mitigando el hambre que les aquejaba.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El problema de los otros

El problema de los otros
Érase una vez un sabio muy conocido que vivía en una montaña Himalaya. Cansado de convivir con los hombres, había optado por una vida sencilla y pasaba la mayor parte de su tiempo meditando.

Su fama, no obstante, era tan grande que las personas estaban dispuestas a caminar por estrechos senderos, subir colinas escarpadas o vadear caudalosos ríos sólo para conocer a aquel hombre santo, al que creían capaz de resolver cualquier angustia del corazón humano.

Este sabio, como era un hombre muy compasivo, no dejaba de dar un consejo aquí y otro allá, pero procuraba librarse cuanto antes de los visitantes no deseados. A pesar de todo, éstos aparecían en grupos cada vez mayores y, en cierta ocasión, una multitud se agolpó a su puerta diciendo que en el periódico local se habían publicado bellas historias sobre él y que todos estaban seguros de que sabía cómo superar las dificultades de la vida.

El sabio no dijo nada; les pidió a todos que se sentasen y esperasen. Pasaron tres días y no paraba de llegar gente. Cuando ya no quedaba espacio para nadie más, él se dirigió a la muchedumbre que esperaba frente a su puerta:

–Os voy a dar la respuesta que todos queréis. Pero debéis prometerme que, a medida que vuestros problemas se solucionen, les diréis a los nuevos peregrinos que me fui de aquí, de manera que yo pueda continuar viviendo en la soledad que tanto anhelo.

Los hombres y las mujeres presentes hicieron un juramento sagrado: si el sabio cumpliese lo prometido, ellos no dejarían que ningún otro peregrino subiese a la montaña.

–Contadme vuestros problemas –pidió entonces el sabio. Alguien comenzó a hablar, pero fue inmediatamente interrumpido por otras personas, ya que sabían que aquélla era la última audiencia pública que el hombre santo daría y temían que no tuviera tiempo de escucharlos a todos. A los pocos minutos, la situación ya era caótica: multitud de voces gritando al mismo tiempo, gente llorando, hombres y mujeres arrancándose los cabellos de desesperación ante la imposibilidad de hacerse oír.

El sabio dejó que la escena se prolongase un poco más y por fin gritó:

–¡Silencio!

La multitud enmudeció inmediatamente.

–Escribid vuestros problemas y dejad los papeles aquí, frente a mí.


Cuando todos terminaron, el sabio mezcló todos los papeles en una cesta, pidiendo a continuación:

–Id pasando esta cesta de mano en mano y que cada uno saque un papel y lo lea. Entonces podréis cambiar vuestro problema por el que os ha tocado o pedir que os devuelvan el papel con el problema que escribisteis originalmente.

Todos los presentes fueron tomando una de las hojas de papel, la leyeron y quedaron horrorizados. Sacaron como conclusión que aquello que habían escrito, por muy malo que fuese, no era tan serio como lo que afligía a sus vecinos. Dos horas después intercambiaron los papeles y cada uno volvió a meter en su bolsillo su problema personal, aliviado al saber que su aflicción no era tan dura como se imaginaba.

Agradecieron la lección, bajaron la montaña con la seguridad de que eran más felices que los demás y, cumpliendo el juramento realizado, nunca más permitieron que nadie perturbase la paz de aquel hombre santo.

Paulo Coelho