Nuestro mundo está dirigido por dos grandes familias de valores : la riqueza material y la riqueza interior. ¿Cómo podemos armonizar estos valores? Eterno dilema entre el ser y el tener, entre lo existencial y lo esencial.
En los primeros tiempos de intercambios comerciales, los hombres funcionaban a través del trueque.
Por comodidad, el dinero apareció. Qué grande y qué bella creación : en vez de tratar de enontrar a una persona que tuviera un objeto que ofrecer y, al mismo tiempo, desease el objeto que yo ofrecía, con el dinero ya podíamos comprar en un lugar y vender en otro. La energía puesta en nuestro trabajo se almacenaba en forma de dinero utilizable para todo. El dinero era una verdadera fuerza de almacenaje.
Y, ¿porqué no considerar hoy el dinero como energía? Porqué no pensar que entre el ser y el tener, "yo tengo" dinero obtenido acorde con nuestra manera de ser y de proceder. Nuestras acciones y nuestra manera de ser en nuestro trabajo se dan como fruto energía-dinero. Si gastamos ese dinero en crear un excedente de ser y de dicha, se convierte en fuente de vida. Si ese dinero gastado no paorta ni serenidad ni felicidad, la cadena de la bella energía se rompe.
De la misma manera, el verdadero comercio justo debería permitir al vendedor y al comprador desarrollar el ser, su identidad, sus valores interiores. Si yo vendo, vendo eso que soy. Si compro para mí y para mi familia, consumo para ser mejor.
El dinero deja de ser un obstáculo, y se convierte en aliado del ser, de todos los seres que aceptan este nuevo reto de hoy.
Por contra, ¿Cómo situarse ante el dinero generado por las plazas bursátiles y los lobbies internacionales? Este dinero no es energía obtenida con trabajo. Esperemos que algunas personas lo puedan reconvertir en energía de vida, como el alquimista transforma el plomo en oro, el oro en riqueza interior.
Sea cual sea este dinero, reflexionemos osbre cómo volverle a dar vida a través de los valores esenciales, lejos de la codicia.
Alain Delaporte-Digard para Buddhachannel.tv
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miércoles, 12 de mayo de 2010
Una semana sobre budismo, ser y comercio justo
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sábado, 23 de enero de 2010
Sin memoria no habrá justicia en China.
Zhang Lu era el responsable de seguridad del movimiento de estudiantes que ocupó la Plaza de Tiananmen en 1989 para pedir al gobierno mayor transparencia y el fin de la corrupción. El azar y el agotamiento hicieron que pocos días antes cayera enfermo y no estuviera en la plaza la noche del 3 al 4 de junio, cuando el gobierno mandó a los tanques a poner fin a la protesta. Logró escapar al exilio y desde París sigue defendiendo a aquellos que piden más libertad y democracia desde dentro de China. En el 20º aniversario de la matanza de Tiananmen ha viajado a Barcelona de la mano de Amnistía Internacional.
Veinte años después de la movilización de los estudiantes y teniendo en cuenta el trágico final, ¿considera que valió la pena?
El régimen sigue diciendo que fue un complot pero no fue así, fue un movimiento popular, democrático, contra la corrupción, por más libertad. El pueblo tenía la necesidad de pedir cambios y, a pesar del resultado, la protesta ha dejado una herencia muy importante.
¿Qué consecuencias ha tenido la movilización de 1989 en la evolución del régimen?
Por un lado, las autoridades vieron que no podían gobernar como hasta entonces, era un país muy cerrado y sin ninguna libertad. Desde entonces ha habido una apertura y se permiten más libertades a nivel social, a condición de que no se ponga en juicio el poder del régimen. Han aplicado la política de la zanahoria y el bastón. Las consecuencias positivas han sido la liberalización del régimen y el fin de la rígida ideología maoista.
El lado negativo fue que pusieron fin a todas las voces críticas y, a pesar de las reformas económicas, tras veinte años la corrupción se ha generalizado, hay más desigualdad y los problemas sociales persisten. Muchos de los motivos que teníamos siguen de actualidad, por eso las autoridades tienen miedo de que se recuerden los hechos, y todos estos problemas minan el futuro del país. Sin el recuerdo de las reivindicaciones del 89 -más derechos cívicos, más información, más libertad, más democracia y transparencia- y su debate en profundidad, no habrá paz social.
¿Considera que la población pobre no ha mejorado su nivel de vida en estos veinte años?
No, la vida ha mejorado en las grandes ciudades, pero hay una gran parte de población que no ha subido al tren de las reformas. No hablo de miseria absoluta, sino de pobreza relativa. Hay una frustración social, que es la que acaba provocando las revoluciones, y la diferencia entre ricos y pobres ha creado una tensión enorme en China.
¿Cree que el régimen puede llegar a reconocer los hechos de Tiananmen y abrir una investigación independiente?
Yo creo que todo es posible pero depende de una condición, de la presión social de la sociedad civil china. Si ésta aumenta, llegará un día en que se verán obligados a reconocer los hechos. También depende de la presión exterior. Si el mundo cierra los ojos y se firman acuerdos con el régimen chino sin ningún tipo de exigencia de mínimos, ¡para qué van a cambiar!
¿Ve a los jóvenes de hoy muy diferentes de los de hace veinte años?
Sí, están menos politizados y entiendo que sean más pragmáticos en el contexto actual. Pero al mismo tiempo creo que si no hay cambios pronto empezarán a cuestionarse el sistema, la corrupción o la arbitrariedad del poder. De hecho, en los últimos tres años vemos una cierta repolitización de los jóvenes, aunque ahora enfocan más su interés hacia los problemas sociales.
Es evidente que la China de hoy es diferente y que los jóvenes no van a reaccionar como hicimos nosotros, pero siguen siendo entusiastas e idealistas y un día se darán de nuevo las condiciones para despertar nuestro legado.
¿Estas condiciones pueden llegar con la crisis económica?
Sí, hay que tener en cuenta que hay unos 9 millones de jóvenes con títulos universitarios que no encuentran trabajo y esto ya está provocando una reacción. También vemos cada vez más la huella de nuestro movimiento. En China está censurada la información sobre la movilización del 89 pero los jóvenes empiezan a encontrar formas de averiguar la verdad sobre Tiananmen. La gente que lo vivió no quiere hablar de ello y el crecimiento económico ha ayudado a que todo quedara tapado, pero tengo una gran confianza en que un día se haga justicia. Nosotros sólo pedíamos un mínimo y contestaron con tanques, ¿como se puede decir que tenían razón?
El movimiento del 89 surgió de las elites estudiantiles. ¿Sentían que tenían a la población de su lado?
Los estudiantes se pusieron al frente, pero recibieron un gran apoyo de la población, no podemos decir que sólo reaccionara la elite. Pero es verdad que en ese momento las reivindicaciones no llegaron al campo. En cambio ahora sabemos que muchos campesinos y obreros lamentan no haber participado. Actualmente son los campesinos y los obreros los que sufren el sistema, los que se han quedado sin palabra y los que desean más que nadie que haya alguna protesta como la de 1989.
Pero ahora la situación sería más peligrosa si hubiera un levantamiento, porque serían los campesinos los que atacarían al régimen y lo harían de forma violenta. La gente ya no puede más y en los dos últimos años se han producido numerosas acciones violentas contra sedes de gobiernos locales. No sé si esto derivará en un levantamiento pero veo cómo sube la tensión y si las autoridades mantienen la misma política, sin responder a los problemas reales, el descontento será cada vez peor.
¿Las reivindicaciones de hoy son más sociales y menos políticas?
Las reivindicaciones se han ampliado, tanto las políticas como las sociales. Por eso el régimen tiene tanto miedo a cualquier protesta. En el fondo es un poder débil que tiene pánico a cualquier oposición.
¿Las promesas del gobierno de ayudas al campo y de asistencia médica gratuita no van a frenar esta tensión y mejorar la situación de los más pobres?
Creo que esto puede cambiar ligeramente las cosas, pero no más allá. Las inversiones anunciadas parecen enormes, pero si miramos lo que hay por cápita más lo que se quedará en mitad camino por la corrupción estructural, poco llegará a los campesinos. Sin una reforma a nivel político, con más transparencia y más control contra la corrupción, todas estas medidas no tienen una gran repercusión. A esto hay que sumarle un factor inesperado, la crisis, que como decía ha hecho cristalizar muchas tensiones.
Desde 1989 usted no puede entrar en China. ¿Si pudiera, volvería?
Evidentemente sí. Es mi país, y como superviviente de Tiananmen siento que tengo un deber que cumplir, luchar para hacer un país más libre y democrático y reconstruir China desde la ruinas de este sistema económico y político. Creo que todo el mundo debería estar interesado en lo que pasa en China, por la magnitud del país, y contribuir a una transición pacífica.
De momento, desde París, preside la Federación para la Democracia en China. ¿Cómo pueden contribuir las asociaciones de exiliados a mejorar la situación?
Los exiliados no podemos hacer gran cosa para cambiar algo dentro de China. Pero nuestro papel es mantener vivo el recuerdo de Tiananmen, luchar contra el olvido. Sin memoria no habrá justicia en China.
Veinte años después de la movilización de los estudiantes y teniendo en cuenta el trágico final, ¿considera que valió la pena?
El régimen sigue diciendo que fue un complot pero no fue así, fue un movimiento popular, democrático, contra la corrupción, por más libertad. El pueblo tenía la necesidad de pedir cambios y, a pesar del resultado, la protesta ha dejado una herencia muy importante.
¿Qué consecuencias ha tenido la movilización de 1989 en la evolución del régimen?
Por un lado, las autoridades vieron que no podían gobernar como hasta entonces, era un país muy cerrado y sin ninguna libertad. Desde entonces ha habido una apertura y se permiten más libertades a nivel social, a condición de que no se ponga en juicio el poder del régimen. Han aplicado la política de la zanahoria y el bastón. Las consecuencias positivas han sido la liberalización del régimen y el fin de la rígida ideología maoista.
El lado negativo fue que pusieron fin a todas las voces críticas y, a pesar de las reformas económicas, tras veinte años la corrupción se ha generalizado, hay más desigualdad y los problemas sociales persisten. Muchos de los motivos que teníamos siguen de actualidad, por eso las autoridades tienen miedo de que se recuerden los hechos, y todos estos problemas minan el futuro del país. Sin el recuerdo de las reivindicaciones del 89 -más derechos cívicos, más información, más libertad, más democracia y transparencia- y su debate en profundidad, no habrá paz social.
¿Considera que la población pobre no ha mejorado su nivel de vida en estos veinte años?
No, la vida ha mejorado en las grandes ciudades, pero hay una gran parte de población que no ha subido al tren de las reformas. No hablo de miseria absoluta, sino de pobreza relativa. Hay una frustración social, que es la que acaba provocando las revoluciones, y la diferencia entre ricos y pobres ha creado una tensión enorme en China.
¿Cree que el régimen puede llegar a reconocer los hechos de Tiananmen y abrir una investigación independiente?
Yo creo que todo es posible pero depende de una condición, de la presión social de la sociedad civil china. Si ésta aumenta, llegará un día en que se verán obligados a reconocer los hechos. También depende de la presión exterior. Si el mundo cierra los ojos y se firman acuerdos con el régimen chino sin ningún tipo de exigencia de mínimos, ¡para qué van a cambiar!
¿Ve a los jóvenes de hoy muy diferentes de los de hace veinte años?
Sí, están menos politizados y entiendo que sean más pragmáticos en el contexto actual. Pero al mismo tiempo creo que si no hay cambios pronto empezarán a cuestionarse el sistema, la corrupción o la arbitrariedad del poder. De hecho, en los últimos tres años vemos una cierta repolitización de los jóvenes, aunque ahora enfocan más su interés hacia los problemas sociales.
Es evidente que la China de hoy es diferente y que los jóvenes no van a reaccionar como hicimos nosotros, pero siguen siendo entusiastas e idealistas y un día se darán de nuevo las condiciones para despertar nuestro legado.
¿Estas condiciones pueden llegar con la crisis económica?
Sí, hay que tener en cuenta que hay unos 9 millones de jóvenes con títulos universitarios que no encuentran trabajo y esto ya está provocando una reacción. También vemos cada vez más la huella de nuestro movimiento. En China está censurada la información sobre la movilización del 89 pero los jóvenes empiezan a encontrar formas de averiguar la verdad sobre Tiananmen. La gente que lo vivió no quiere hablar de ello y el crecimiento económico ha ayudado a que todo quedara tapado, pero tengo una gran confianza en que un día se haga justicia. Nosotros sólo pedíamos un mínimo y contestaron con tanques, ¿como se puede decir que tenían razón?
El movimiento del 89 surgió de las elites estudiantiles. ¿Sentían que tenían a la población de su lado?
Los estudiantes se pusieron al frente, pero recibieron un gran apoyo de la población, no podemos decir que sólo reaccionara la elite. Pero es verdad que en ese momento las reivindicaciones no llegaron al campo. En cambio ahora sabemos que muchos campesinos y obreros lamentan no haber participado. Actualmente son los campesinos y los obreros los que sufren el sistema, los que se han quedado sin palabra y los que desean más que nadie que haya alguna protesta como la de 1989.
Pero ahora la situación sería más peligrosa si hubiera un levantamiento, porque serían los campesinos los que atacarían al régimen y lo harían de forma violenta. La gente ya no puede más y en los dos últimos años se han producido numerosas acciones violentas contra sedes de gobiernos locales. No sé si esto derivará en un levantamiento pero veo cómo sube la tensión y si las autoridades mantienen la misma política, sin responder a los problemas reales, el descontento será cada vez peor.
¿Las reivindicaciones de hoy son más sociales y menos políticas?
Las reivindicaciones se han ampliado, tanto las políticas como las sociales. Por eso el régimen tiene tanto miedo a cualquier protesta. En el fondo es un poder débil que tiene pánico a cualquier oposición.
¿Las promesas del gobierno de ayudas al campo y de asistencia médica gratuita no van a frenar esta tensión y mejorar la situación de los más pobres?
Creo que esto puede cambiar ligeramente las cosas, pero no más allá. Las inversiones anunciadas parecen enormes, pero si miramos lo que hay por cápita más lo que se quedará en mitad camino por la corrupción estructural, poco llegará a los campesinos. Sin una reforma a nivel político, con más transparencia y más control contra la corrupción, todas estas medidas no tienen una gran repercusión. A esto hay que sumarle un factor inesperado, la crisis, que como decía ha hecho cristalizar muchas tensiones.
Desde 1989 usted no puede entrar en China. ¿Si pudiera, volvería?
Evidentemente sí. Es mi país, y como superviviente de Tiananmen siento que tengo un deber que cumplir, luchar para hacer un país más libre y democrático y reconstruir China desde la ruinas de este sistema económico y político. Creo que todo el mundo debería estar interesado en lo que pasa en China, por la magnitud del país, y contribuir a una transición pacífica.
De momento, desde París, preside la Federación para la Democracia en China. ¿Cómo pueden contribuir las asociaciones de exiliados a mejorar la situación?
Los exiliados no podemos hacer gran cosa para cambiar algo dentro de China. Pero nuestro papel es mantener vivo el recuerdo de Tiananmen, luchar contra el olvido. Sin memoria no habrá justicia en China.
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