Por Ben Blanchard

LHASA, China (Reuters) - Una tensa calma ha regresado a la capital tibetana de Lhasa. Pero más de dos años después del estallido de la violencia étnica que remeció la ciudad, sus residentes todavía hablan con temor y sospechas.

Turistas, extranjeros y chinos se mezclan con los tibetanos, en busca de joyas étnicas e intrincadas pinturas budistas. Niños mendigos sostienen sus manos mugrientas en alto pidiendo unos pocos yuanes. Frente a templos budistas hay ancianas postradas.

Soldados armados y policías patrullan las calles, especialmente en el antiguo bastión tibetano de Lhasa, en un recordatorio del estricto control sobre la volátil región por parte de Pekín.

"El temor está en todos lados", dijo un nervioso joven comerciante, sus rasgos curados por el clima hostil y la gran altitud.

Si bien la presencia militar ha disminuido levemente desde los meses posteriores a los disturbios, el joven dijo que la ciudad seguía siendo opresiva.

Lhasa todavía está rodeada por bases militares y largas filas de camiones del Ejército pasan estruendosamente por angostas autopistas hacia el interior de la ciudad de 600.000 habitantes, mayormente tibetanos, aunque con un creciente número de inmigrantes chinos han.

"Hay espías por todos lados. Quién sabe quién nos está escuchando", agregó el comerciante. Al igual que otros, él pidió conservar su anonimato, temiendo represalias por hablarle a un reportero extranjero sin permiso.

Los tibetanos hablaban de un constante miedo y sospechas, en comentarios susurrados a Reuters durante una inusual visita a la región organizada por el Gobierno.

Tíbet, a menudo un punto de fricción en las relaciones con Occidente, ha estado en gran medida cerrado a los medios extranjeros desde los episodios de violencia de marzo del 2008, y el acceso nunca ha sido fácil.

Los disturbios del 2008 en Lhasa, que posteriormente provocaron oleadas de protestas por todas las zonas tibetanas, ocurrieron pocos meses antes de que Pekín organizara los Juegos Olímpicos.

Protestas pacíficas encabezadas por monjes dieron lugar a los peores hechos de violencia que la región ha visto en casi dos décadas, en los que los manifestantes incendiaron comercios y atacaron a chinos han y musulmanes hui.

Los residentes han parecían en gran medida restar importancia a la seguridad. Para algunos ha sido de gran ayuda, y muchos emprendimientos comerciales fueron inesperadamente comprados tras la huída de muchos han después de los disturbios.

Un taxista del interior de China dijo haber llegado después de los disturbios cuando un amigo le dijo que podía tener un auto casi nuevo por casi nada.

"Escuché que uno podía comprar un auto por 3.000 yuanes. Vi la oportunidad y la tomé", afirmó.

SOMBRAS DE LA REPRESION

En el extranjero, grupos que critican las políticas chinas en el Tíbet dice que más de 200 personas fueron asesinadas en una ofensiva tras los disturbios del 2008. El número oficial de muertos es de 19.

"Estoy aterrorizado de hablar de estas cosas", dijo un segundo residente tibetano cuando se le preguntó por los disturbios y sus consecuencias.

"Si alguien se entera de que he hablado sobre el 14 de marzo toda mi familia sufrirá, y ellos sólo son inocentes", dijo, mientras miraba con cautela a un policía que pasaba cerca.

Pekín dice que usó la menor fuerza posible y culpa al líder espiritual tibetano, el Dalai Lama, por instigar la violencia, un cargo que él rechaza.

El clero budista del Tíbet, reverenciado por los tibetanos laicos, ha estado bajo presión desde los disturbios, según dicen grupos de derechos humanos.

Algunos fueron arrestados. Otros han sido blanco de campañas de "re-educación patriótica" para tratar de cambiar su percepción de China.

Un egresado del programa, un joven monje llamado Norgye, fue presentado ante los periodistas para una breve entrevista esta semana.

Unas semanas después de los disturbios, Norgye, quien al igual que muchos tibetanos usa sólo un nombre, fue parte de un pequeño grupo de monjes del templo Jokhang de Lhasa que interrumpió otro viaje organizado por el Gobierno para periodistas extranjeros, gritando que no tenían libertad.

De aspecto preocupado y con su vista fija en el suelo, dijo no haber sido maltratado después del arrebato, pero que había recibido "educación sobre la ley".

"Por medio de la educación, me di cuenta de que lo que hice estuvo mal y fue anárquico. Hay libertad de culto en Tíbet", dijo en lengua tibetana.

ESTABILIDAD SOCIAL

El Gobierno del Tíbet dominado por el Partido Comunista dice que sus políticas son populares y llevan desarrollo a la empobrecida región, si bien admite que la fuerte presencia de las fuerzas de seguridad todavía es necesaria para garantizar la estabilidad.

"Todo el pueblo de Tíbet, especialmente los tibetanos, pueden ver que la estabilidad social es lo mejor. Sólo con estabilidad puede haber desarrollo", dijo a periodistas el vice-jefe del Partido Comunista de Tíbet, Hao Peng.

En la parte antigua de Lhasa, uno de los puntos de inflexión para los disturbios del 2008, no todo el mundo está de acuerdo.

"Somos un pueblo sin derechos ni libertades", dijo un monje, vestido en sus túnicas bermellón, hablando lo suficientemente lejos como para no ser escuchado por las fuerzas armadas paramilitares que patrullan la zona.

"Los tibetanos que trabajan para el Gobierno aquí son malas personas. Están trabajando con los han para erradicar nuestra cultura y religión", agregó en un mandarín quebrado, antes de perderse entre una masa de peregrinos tibetanos que rodeaban el templo Jokhang.

(Editado en español por Marion Giraldo)

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