jueves, 24 de febrero de 2011

India y China, una relación compleja

India y China son no sólo dos enormes países. Son también dos potencias emergentes y vecinas. A lo largo de los años, su relación ha fluctuado entre el amor y el odio. Desde la India todavía se percibe una cierta desconfianza hacia China. Ocurre que ambos países se han enfrentado a lo largo de la historia. La última vez en 1962, cuando el ejército chino derrotara al de la India generando, desde entonces, una suerte de complejo militar de inferioridad. China realizó su primer ensayo atómico en 1964. La India lo hizo una década después, en 1974. China tiene el ejército más numeroso del mundo. India le sigue, en el tercer lugar, después de los Estados Unidos.

Por el momento, la economía de China es la que crece más rápidamente en todo el mundo, aunque la India le sigue de cerca, a un ritmo del 8,6% anual. El intercambio comercial entre ambos países se acerca ya a los 60 billones de dólares anuales. Los dos países tendrán, pronto, 1.500 millones de almas cada uno. No obstante, China envejece más rápidamente que la India, como consecuencia de las políticas pasadas de "control de la natalidad".

En el campo de la política exterior se advierte en la India una preocupación por lo que luce como un abrazo algo amenazador que China está edificando en su derredor, construyendo alianzas tanto con Pakistán, como con Nepal.

La preocupación por el ritmo de crecimiento chino es relativamente fácil de explicar. China ha crecido al ritmo del 9% a lo largo de las últimas tres décadas, lo que es inédito. Como consecuencia, durante ese período multiplicó por once el ingreso per cápita de su población, consiguiendo sacar de la pobreza nada menos que a 400 millones de almas. Más aún, China gasta diariamente un billón de dólares en modernizar su infraestructura; consume la mitad del cemento que se consume en el mundo entero; la tercera parte del acero; y la cuarta parte del aluminio. En el 2009 los chinos compraron más automóviles que los norteamericanos y tres veces más heladeras, aparatos de aire acondicionado y máquinas de lavar que ellos. Cada año China aumenta su capacidad de generación eléctrica en una potencia equivalente a la capacidad total de generación de la India. Impresionante.

En pocas palabras, para un vecino es imposible ignorar la dimensión de lo que está sucediendo en China, del otro lado de la frontera común. Y su vertiginosa velocidad de cambio.

La India, por su parte, consume cada año, desde el sector privado, el equivalente al 58% de su PBI, a lo que hay que agregar un 11% adicional, consumido por su gobierno. Además, ahorra anualmente algo menos del 40% de su PBI, pero a diferencia de China, el ahorro -en la India- lo hacen sus familias y no las empresas estatales.

Hoy las empresas del estado generan -en la India- menos del 10% de su producción. Su Bolsa de Valores, creada en 1875, es la más antigua de Asia y la más digitalizada del mundo entero, con una capitalización de un trillón de dólares, equivalente al PBI de la India.

El crédito bancario en la India es del orden del 50% de su PBI, lo que luce poco impresionante si se lo compara con el caso de China en donde el crédito bancario es del 150% de su PBI. No obstante, los créditos en mala situación de cobrabilidad en la India están apenas en un orden del 2-3%, mientras que en China ellos se estiman en un orden entre el 30 y el 50%.

La India contiene la población más joven del mundo, unas 500 millones de personas menores de 25 años.

Después de la crisis económica del 2008 la India se recuperó más rápido que China, sin necesidad de recurrir a la enorme ola de medidas de estímulo impulsada entonces por el gobierno chino.

En el 2050, la India será la tercera economía del mundo, por delante del Japón, pero aún detrás de China y de los Estados Unidos.

Desde 1991, la India modificó profundamente su arquitectura económica, dejando de lado la filosofía que alimentaba tanto el manto de controles estatales que la agobiaba, como la ideología socialista.

Hasta no hace mucho, en las reuniones multilaterales la India parecía el gremialista de los países pobres. Sesenta años después de su independencia, con un PBI que supera el trillón de dólares, la India es una realidad distinta, pujante, que no puede ser desconocida. Con sus propias características, que la distinguen claramente de China. Porque la India tiene el 28% de su PBI generado por actividades industriales, mientras que en China la industria es el 52% del PBI. La India, por lo demás, genera el 53% de su PBI en el sector de los servicios. China tan sólo el 34%.

Ambos países no son aún interdependientes, pero a medida que pasa el tiempo, desde el sector privado los lazos económicos y comerciales no sólo han ido creciendo, sino que se han profundizado. Pese a ello, todavía no es posible hablar de dos economías con un alto grado de sincronización.

De alguna manera, ambos enormes países exteriorizan su vocación de transformarse en "primeros actores" de la economía mundial. Para ello los dos abrazan el idioma inglés. En el caso de la India, el inglés reemplazó al persa como idioma judicial en 1774, pero durante la era colonial quedó más bien concentrado a las áreas en las que actuaba la elite británica, particularmente en las ciudades de Calcuta, Bombay y Madrás. En algún momento el gobierno indio se dispuso a eliminar al inglés, reemplazándolo por el "indi". Esto ocurrió en 1965, pero la circunstancia de que tampoco el indi era el idioma universal de ese país, en el que se hablan una decena de distintos idiomas, obligó a postergar indefinidamente la decisión de eliminar el inglés. No se ha vuelto a hablar del tema. Hoy la India es el país del mundo con la población de habla inglesa más alta de todas: unos 350 millones de personas. Los empresarios de la India se manejan sustancialmente en ese idioma.

En China, por su parte, alguna vez se consideró al inglés como un "idioma bárbaro". Pero las cosas han cambiado y el gobierno chino ahora lo utiliza codo a codo con el mandarín. Los nombres de las calles, los carteles y hasta los menús de los restaurantes, están escritos en ambos idiomas. Más aún, las autoridades chinas proveen enseñanza de inglés, sin costo, a sus fuerzas policiales, al personal de los restaurantes y a los choferes de taxis.

En lo que es toda una lección de pragmatismo, consideran que para una persona poder hablar inglés es hoy tan importante como saber utilizar las computadoras. Nada menos que unos 220 millones de chinos están cursando estudios de ese idioma. En otra señal de la importancia que China asigna a la capacidad de hablar inglés, los maestros chinos que no aprueban su examen de inglés no son promovidos en su carrera hasta que lo hagan.

Para mantener la identidad propia es obvio que no hace falta aislarse del mundo, costo demasiado alto, por innecesario. Esta es una de las lecciones que nos deja la observación de lo que sucede en la India. Y en China.

(*) Ex Embajador de la República Argentina ante la ONU

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