os regímenes autoritarios nunca toleran las disidencias ni aceptan las críticas. Tampoco creen poder equivocarse y, además, detestan el pluralismo. Sólo saben predicar insistentemente sus propios evangelios que contienen sus discursos únicos y se transforman en una suerte de religión política que predica sólo una presunta verdad: la propia u oficial, de la que se sienten dueños exclusivos. Por esto, tarde o temprano, ellos caen inevitablemente en la tentación de reprimir a todos quienes cuestionen su absoluto monopolio del pensar. Esto es ciertamente tan sólo una consecuencia de sus convicciones y actitudes antidemocráticas.
Este fin de año, el autoritario gobierno chino, aprovechando la distracción que supone el clima propio de las Fiestas, endureció notoriamente su andar persecutorio. Lo mismo había sucedido en 2009, cuando se encarceló, en la Navidad de ese año, al galardonado Liu Xiaobo.
Ahora, primero se condenó a nueve años de prisión al disidente histórico Chen Wei por el pecado imperdonable de promover la democracia constitucional y enseguida se hizo lo propio con Chen Xi en un insólito proceso judicial exprés que duró sólo un par de horas desde que se abriera y en el que no se permitió al acusado siquiera hablar. A Chen Xi también se lo envió al calabozo por diez años, acusado de subversión.
Chen Xi es un corajudo y ya veterano disidente y activo promotor de los derechos humanos, lo que para el régimen chino es simplemente inaceptable. Conoció por primera vez la cárcel durante las protestas de Tiananmen, en 1989. Luego estuvo toda una década preso por el pecado de disentir. Ahora regresa a la cárcel por promover una iniciativa a la que se tiene por destituyente: que se convoque a elecciones libres, por lo menos para elegir a las autoridades locales.
Ocurre que los dirigentes chinos parecen temer que las protestas sociales que caracterizan a la "primavera árabe" de pronto se reproduzcan en China y la conmocionen. Las recientes revueltas en el sur del país parecen haber alimentado la creciente ansiedad de los líderes comunistas, empujándolos al endurecimiento táctico de su intolerancia. El abogado ciego Chen Guangcheng y el artista Ai Weiwei, entre otros disidentes, también sufrieron en carne propia el fuerte endurecimiento de las persecuciones.
Pareciera que cada vez resulta más difícil mantener a un pueblo enorme sometido a la voluntad de un pequeño puñado de dirigentes que actúan como predestinados dentro de un esquema que, si bien ha mejorado sensiblemente el nivel de vida de millones de almas, continúa negando a todos el goce de las libertades que son más fundamentales para la persona humana..
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