lunes, 28 de septiembre de 2009

"¿A donde nos lleva la vanidad?"



La Gran Época
11.09.2009 15:39




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Qi Jiguang tenía 13 años cuando se probó un exquisito par de zapatos de seda y se enamoró de ellos. Caminó de un lado a otro disfrutando y saboreando su elegancia. Esto llamo la atención de su padre. Se dice que durante la Dinastía Ming el padre de Qi Jiguang, Qi Jingtong, fue un hombre recto y honesto que cultivó en su hijo el anhelo por el conocimiento, pero fundamentalmente un firme sentido moral que lo transformó en general y héroe nacional del ejército chino. Cuando Jingtong murió, el joven Jiguang ascendió a comandante de Dengzhou Garrison con sólo 17 años.
Qi Jingtong, era bastante grande cuando tuvo a su hijo, tenía 56 años. Padre e hijo se querían mucho, y pasaban mucho tiempo leyendo buenos libros y practicando artes marciales. Sin embargo, era muy estricto con el refinamiento del carácter y conducta moral de Jiguang.
Cuando ese día Jiguang se calzó los zapatos de seda, su papá lo llamó a su despacho y compasivamente le explicó, “Una vez que te pongas buenos zapatos, naturalmente querrás usar buenas ropas. Una vez que te pongas buena ropa querrás comer buena comida. A tan temprana edad ya desarrollaste el apego a la buena comida y buena ropa. Con el tiempo, pronto serás un codicioso insaciable y cuando crezcas, vas a ir a todo vapor tras la comida deliciosa y la ropa bonita. Si tú fueras un oficial de ejército, hasta podrías apropiarte del sueldo de tus subordinados. Si continuas así, te será difícil tener éxito en cualquier trabajo honesto”.
El padre sabía que los zapatos de seda eran un regalo del abuelo materno de Jiguang. De todas maneras, ordenó al joven que se quitara los zapatos y de inmediato los rompió para prevenir que desarrollara el mal hábito de complacerse con lujos.
Durante muchos años la familia Qi tuvo una docena de deteriorados sombreros de paja, hasta que Qi Jingtong contrató a varios artesanos para repararlos. Aprovechando que los artesanos estaban trabajando en la casa, les pidió que instalaran puertas esculpidas en el pasillo principal con el fin de tener un lugar presentable para recibir a los oficiales de la corte real. Dejó a Qi Jiguang supervisando el trabajo.
Como los artesanos consideraban a la familia Qi sobresalientes y prestigiosos terratenientes, pensaron que no sería adecuado si solo instalaban cuatro puertas talladas. Hablaron con el joven Jiguang en privado, “En su familia hay generales; por ser terratenientes tan prestigiosos todas las puertas del complejo deberían estar talladas con flores en relieve, las que tendrían 12 hojas cada una. Solo esto podría concordar con el prestigio de su familia”. Qi Jiguang pensó que la sugerencia era razonable y se lo comunicó a su padre.
Qi Jingtong lo reprendió severamente por su idea vanidosa y llamativa, “Si tú buscas vanidad, no serás capaz de lograr grandes cosas cuando crezcas”. Jiguang aceptó la crítica de su padre y dijo a los artesanos que instalaran solo cuatro puertas talladas.
Qi Jingtong también le enseñó a su hijo que el propósito de estudiar literatura y practicar artes marciales no era para perseguir fama y fortuna personal, sino para servir al país, al pueblo, y para desarrollar conductas morales como la lealtad, piedad, rectitud y buenos modales.
Con hechos y palabras, y bajo la guía personal de su padre, Jiguang se sentía contento con una existencia tranquila y modesta. Se enfocó con seriedad en estudiar, practicar artes marciales y mejorarse con diligencia a sí mismo; más tarde se convirtió en un general célebre que defendió su país de las invasiones extranjeras.
Qi Jiguang (12 de noviembre de 1528 - 5 de enero de 1588) será siempre recordado por su coraje y liderazgo mientras cumplía su misión de “Castigar a los bandidos y proteger a la población”, durante la lucha contra los piratas japoneses de la costa este de China, así como por el empeño que puso en la construcción de la Gran Muralla China. Su legado fue firmemente grabado en las memorias de la historia.
Para los antiguos chinos, ostentar, presumir, apegarse a la propia apariencia externa, a la opulencia, conocimientos, hazañas, estatus para obtener adulación y elogios, son todos signos de vanidad. Los sabios a menudo decían que la raíz de la vanidad es el egoísmo, y que cualquier acción de raíz vanidosa provoca que nos quedemos cortos a la hora de comportarnos como buenas personas; sólo seremos esclavos de nuestras propias aspiraciones y moriremos por ellas.

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