Causas y condiciones
Estás en tu casa, oyendo las noticias y una vez más: asesinados, desaparecidos, secuestros, lujo de violencia. Ya no es algo que sucede en un país vecino, es algo que sucede hasta en tu cuadra. Te sientes indignada, atemorizada, furiosa ¿qué esta pasando? ¿porqué nadie lo detiene? ¿por qué no han eliminado a todos los “malos”? ¿Qué hago, cómo protejo a mi familia, cómo me protejo a mi misma? Estas u otras preguntas corren por tu mente, igual que por la mente de millones de mexicanos. Empezando por ahí, no estás sola.
Cuando miramos el panorama nacional es natural que se nos invadan la duda, el miedo, el enojo, la impotencia. A primera vista parece que de pronto nos hemos sumergido en un estado de incertidumbre y violencia repentina. Pero nada viene de la nada. Lo que sucede hoy es el resultado de un sin fin de causas a muchos niveles. La falta de educación, la falta de posibilidades de trabajo y desarrollo para millones de jóvenes, la enorme brecha entre ricos y pobres, el abandono del campo, la corrupción, el abonar tan sólo los intereses personales de aquellos que sustentan el poder, el desinterés y la apatía de la sociedad, la historia, son algunas de las posibles razones. Todos, nosotros y nuestros antepasados, directa o indirectamente hemos sido participes de gestar el país en donde vivimos. A lo mejor no he sido yo quien tomó una decisión u otra, quien favoreció al narco durante años, quien vende drogas en la esquina o secuestra a una mujer. Pero, como mexicanos estamos experimentando el resultado compartido del país y las personas que hemos sido. Aunque parece que nuestro actuar cotidiano no está relacionado con lo que sucede a nivel comunitario, todo lo que hacemos y decimos cuenta. Sentarnos a culpar a A o a B y lamentarnos una y otra vez no nos ha llevado muy lejos. ¿No valdrá más la pena asumir nuestro rol y poner manos a la obra para ser parte de la solución? ¿Cómo vamos a encontrar tranquilidad y felicidad en medio de este caos?
Todo cambia
Cualesquiera que sean las respuestas a las preguntas anteriores, no se trata de quedarnos inmovilizadas ante el horizonte enorme y complejo que nos aqueja ni mucho menos de pensar que porque es algo que hemos generado nos lo merecemos y no hay nada que hacer. Precisamente porque todo viene de causas, todo es también por naturaleza mutable. Todo cambia y se termina. Esta situación no puede durar así para siempre. Saber esto nos trae un gran alivio. Aunque parezca que sí, esto no es permanente. No era así, no seguirá así continuamente. Podemos cambiar. Y podemos aprovechar lo que ahora nos sucede para aprender y mejorar.
Estos golpes continuos y cada vez más cercanos tiene una ventaja: nos hacen despertar. No estamos solos y aislados en nuestra vida, dependemos los unos de los otros en muchos niveles. A lo mejor hemos vivido mirando lo que sucede como si fuera una película lejana en la cual no somos actores. La realidad de hoy nos está enseñando que no estamos tan ajenos y alejados. La próxima persona secuestrada puedo ser yo y mi experiencia sería tan dolorosa como la de cualquier otro mexicano, aunque viva en otro estado, aunque no conozca ni su nombre. ¿No será que tenemos que empezar a mirarnos en conjunto y buscar soluciones que nos beneficien a todos? A lo mejor nos empezamos a preguntar, ante la dificultad de influir en las condiciones externas, ¿cómo puedo ser feliz?
Viendo con un poco de perspectiva, podemos ayudarnos a entender mejor y no quedarnos sumidas en la preocupación. Antes de nosotros y antes de esta época, ha habido periodos muy difíciles en nuestro país y en el planeta. Múltiples guerras, hambrunas, desastres naturales entre otros. Y estos periodos han obligado a la humanidad a madurar y a crecer. Si hay algo bueno en las situaciones difíciles es que las dificultades nos hacen pensar un poco más, contactar lo mejor de nosotros para poder resolver los problemas que llaman insistentes a la puerta. Nos empujan a crecer como personas, como madres, amigas, hijos, vecinos, como habitantes del país y del planeta. De pronto ya es inminente que tienes que ayudar y entonces los problemas te hacen ponerte en contacto con tu creatividad, con tus capacidades. Tenemos muchísimos ejemplos de esto, basta recordar el temblor de 1985 cuando la gente se lanzó a la calle a ayudar sin ningún interés personal, en los millones de ejemplos de un persona ayudando a otra, posiblemente desconocida, en la inundación, en el asalto, la pérdida. En darle algo de comer, algo que vestir. Un empleo, un abrazo. Esos ejemplos permean toda la vida aunque no permean los noticieros. Y eso es algo que podemos hacer ya.
¿Malos malos?
Esta capacidad de crear, de resolver, de dar, esta bondad e inteligencia natural es algo con lo que todas las personas contamos. Cuando nos detenemos a ver a aquellos que ahora tachamos como enemigos, podemos caer en la tentación de verlos como inherentemente malos, ajenos, casi de otro planeta donde tan sólo rige la maldad y la violencia. Pero vale la pena ver con un poco más de cuidado.
Como hemos escuchado en los noticieros, muchos de estas persoma, hombres y mujeres involucrados en el narcotráfico, la extorsión, la delincuencia, la corrupción, etc., han sido a su vez víctimas de violencia y abuso durante su vida. Han tenido pocas oportunidades de desarrollo y apoyo y muchas de encuentros con los grupos más o menos organizados de delincuentes que les prometen y les proveen de poder, dinero, respeto quizás, aunque sea a través del miedo que generan, aunque sea por un breve tiempo.
Claro que hay muchas personas que sujetas a esas mismas circunstancias han tomado decisiones diferentes y es la realidad que la enorme mayoría de nosotros no se dedica a delinquir. Pero haber tomado decisiones equivocadas no te hace una persona mala. Siempre queda, más o menos cerca, la posibilidad de cambiar. Todos nos hemos equivocado, hemos posiblemente abusado de otros aunque fuera robándoles una goma de borrar, hemos a lo mejor sido agresivos, hemos actuado para nuestro beneficio sin pensar en las consecuencias sobre otros. Pero nuestros errores no son quienes somos. Nuestra persona es mucho más amplia, mucho más capaz, con muchas otras posibilidades.
La pregunta es, ¿Cómo nos preparamos mejor para responder ante los retos de la vida real de una manera que tienda a la resolución y la ayuda mutua más que al abuso, que contacte nuestra bondad e inteligencia natural en vez de nuestros miedos y violencia?¿cómo podemos evitar que más personas, nuestros niños y jóvenes, se vean sujetos a situaciones que los hacen lábiles al quebrantamiento moral y la violencia?
El budismo como casi todas las religiones, señala que nuestra naturaleza es buena. Simplemente, por las circunstancias de nuestra vida y las decisiones conscientes o inconscientes que hemos tomado, nos hemos enajenado de esa bondad. Hemos creído que la solución a nuestro propio dolor y padecimientos está sólo en cambiar el mundo exterior. Y muchas veces, para cada quién en su propia escala, eso se manifiesta como un actuar en contra de las cosas externas que nos parecen adversas. Queremos eliminarlas, queremos erradicarlas pronto.
¿Alguna vez te has sentido así? ¿Ha habido algo, una situación, una persona, un sentimiento, una relación, que hayas vivido como la causa única de tu sufrimiento? ¿Qué solemos hacer en esos momentos? Atacar. Buscamos todos los métodos que conocemos para quitarnos de encima eso a lo que le atribuimos la responsabilidad total de hacernos sufrir. Sentimos que nosotros no tenemos nada que ver y que sí solo quitamos eso que nos lastima, entonces seremos felices. Afuera están los enemigos y todo nuestro esfuerzo se vuelca en destruirlos. Para mi a lo mejor es hablar mal de alguien. Para ella a lo mejor matar a esa persona. Pero la esencia de esta respuesta es muy parecida: atacar, remover lo que creemos es el único problema. Este patrón humano, llevado al extremo, es la fuente de la violencia irracional que vemos en los noticieros. Es un hábito profundo y arraigado pero que, como vemos en nuestra vida propia y como vemos en la violencia desatada en México, no parece ser muy exitoso. Eliminas a un enemigo, surgen dos más. Te deshaces de una relación difícil y pronto te encuentras en otra muy similar. A lo mejor entonces piensas que no hay nada que hacer y que debes padecer eso que parece ser tu destino y te rindes, sucumbes ante el abuso, te dejas vencer. ¿Son las únicas soluciones, pelear o rendirse? Es hora de preguntarse cómo podemos ser más efectivos en el manejo de las situaciones adversas. Cómo podemos aprender de ellas y contactar con nuestra inteligencia y bondad natural.
El cristal con que se mira
Antes de que te sientas mareada por la dimensión de la situación, puedes estar tranquila: ¡hay otra solución! Como para todas las cosas importantes, no es una inmediata pero es una muy útil.
La solución empieza por uno mismo. Conociéndonos, entrenándonos. El Buda dijo algo revolucionario: la mente y no el mundo es la fuente de la felicidad y el dolor. Así es. De hecho es una aseveración muy retadora. Es profunda así que, vámonos más despacio. El Buda no quiso decir que no hay sufrimiento en la vida y que todo nos lo hemos inventado nosotros, no. Lo que señaló es que un porcentaje muy considerable de cómo experimentamos lo que nos sucede surge de nuestra propia manera de interpretarlo, de nuestro punto de vista.
Hagamos un experimento. Piensa en un lugar que te gusta mucho y en algo que te encante comer. Imagina que estás ahí o estás comiendo eso que te gusta y que estás de muy mal humor. ¿cómo vivirías esa experiencia? Si por otro lado estuvieras tranquila y contenta, ¿cómo sería ahora tu experiencia? El lugar y la comida son las mismas pero tu punto de vista las pintará de colores muy distintos.
El ejemplo suena trivial pero el estado de tu mente es fundamental en todas tus experiencias. Me acuerdo mucho de un ejemplo cercano, de una querida amiga que fue secuestrada y abusada hace unos años. Ella misma me contó como haberse mantenido calma, sin dejarse dominar por el miedo y la ira a sus agresores, le había permitido lidiar de una manera mucho más hábil con su situación y no perder su centro y su entereza. Estoy segura que esto también le ha permitido rehacer su vida mucho mejor, a ella y a sus hijos y familia.
Ahora bien, en este momento, no llegaríamos muy lejos si decidiéramos, por decreto, que vamos a ver las cosas desde un punto de vista más positivo o si aseveráramos que no nos vamos a enojar o angustiar. Nuestra realidad es que hoy la angustia, el enojo, la depresión, el desasosiego, surgen en nuestra mente sin control. Y cuando las circunstancias externas se complican, entonces esta experiencia incontrolable se vuelve más notoria y se intensifica ¿Y entonces?
El Buda explicó que esto nos sucede porque es a lo que nos hemos habituado. En principio, siempre estamos buscando solucionar las cosas fuera de nosotros y le creemos a pie juntillas a todas nuestras ideas y emociones. No nos han enseñando a mirar a la principal creadora esas ideas y emociones: nuestra mente en sí misma. Estamos absortos en lo que pasa afuera y cómo controlarlo y nos olvidamos de ver cómo estamos interpretando, cuales son nuestras hipótesis acerca de todo lo que nos rodea. Más aún, nos hemos olvidado de nuestra naturaleza más básica que es bondadosa y clara. Nos hemos olvidado de quienes somos.
Encontrando el centro y la calma
Entonces ¿qué hacer? Lo que podemos hacer es hacernos amigos de esta mente, conocerla. Hay una noticia maravillosa: la mente es entrenable. Esa misma mente que nos atormenta, es por naturaleza buena y clara. Que nos hayamos enajenado de su naturaleza no cambia esa realidad. Hay muchas maneras de contactar con nuestra calma y bondad básicas. Una de ellas es la meditación. Meditar quiere decir familiarizarse con algo. Así que a través de meditar nos familiarizamos con nuestra propia mente, en particular con su propia claridad y capacidad de atención y, de forma simultánea, con su propia bondad básica, su propia alegría interior.
Hay muchas formas de meditar pero una de las más esenciales es el cultivo de la calma y claridad mental a través de descansar la atención en el respirar. Tómate unos minutos en algún lugar donde nadie te interrumpa, siéntate derechita y por unos momentos sólo date cuenta de que estás respirando. No tienes que apretar a tu mente, no tienes que bloquear los ruidos, imágenes, pensamientos etc. Simplemente los dejas estar y entre todo lo que percibes, descansas tu atención en cómo se siente el cuerpo al respirar. No estás perdida, te das cuenta de que te estás dando cuenta. Pero estás relajada. Te sorprenderás, si lo repites por algunos minutos todos los días, en lo saludable que es por unos momentos tú estar a cargo de tu mente en vez de que ella te lleve por todo el subibaja emocional continuo y sinfín en el que solemos vivir. Esta práctica va dándonos calma y con base en esa calma, tendremos más espacio y habilidad para lidiar con las complejidades del mundo exterior. Con una mente atenta y clara es más fácil distinguir lo que sucede y actuar de una forma más eficaz y realista. Es más fácil mantener nuestro centro en momentos de dificultad, es posible contactar con nuestra propia capacidad de pensar y actuar con claridad. No esperes que esto suceda en un momento, recuerda que estás entrenándote y, como en cualquier habilidad, esto toma tiempo y perseverancia. Pero ya que has probado tantas otras cosa, ¿no valdrá la pena intentarlo? La experiencia de contactar con tu propia calma, inteligencia y alegría interior es como comer chocolate: sólo comiéndolo sabrás a qué sabe, nadie te lo puede contar.
Últimos consejos
No te dejes desanimar por las dificultades. Siempre puedes encontrar unos minutos a lo largo de tu día para parar, darte un espacio y contactar la calma natural que todos tenemos. De esa calma e inteligencia naturales podrás ir encontrando más soluciones y posibilidades a los problemas que te aquejan. Si tú encuentras más claridad, será entonces posible que la compartas a otros. Todos tenemos un campo de influencia y si nuestra influencia es más conducente, mas clara, más amable, eso sin duda impactará nuestro alrededor.
Cada día tómate unos minutos para pensar en todas las cosas buenas que tienes: tu cuerpo, tu mente, tus amistades, cosas, personas, cualidades, etc. Date tiempo para apreciar todas las cosas con las que cuentas en tu vida. No tomes lo que tienes por dado. No pierdas de vista todo lo que sí tienes. Luego, si tienes una situación difícil, puedes preguntarte: ¿Hay algo que pueda hacer al respecto? Si no lo hay, no sirve de nada preocuparse. Si lo hay, tampoco, es mejor, como dice el Dalai Lama, entrar en acción. También agrega que es importante ser un egoísta inteligente: haz las cosas que haces con la mentalidad de ayudar a los demás. Eso será lo que más felicidad y beneficio te traiga a ti misma.
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Daniela Labra Cardero estudió biología en la UNAM y fue profesora investigadora en el área biológica en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México por ocho años. Practica y estudia budismo en Casa Tíbet desde hace más de 12 años en donde también es instructora. Estudió un programa intesivo de traducción de budismo tibetano en el Ranjung Yeshe Insitute en Katmandu, Nepal. Ha tenido la oportunidad de recibir enseñanzas de renombrados maestros como SS Dalai Lama, Mingyur Rimpoche, Chokyi Nyima Rimpoche, Jigme Khyentse Rinpoche, Alan Wallace, Tsokny Rinpoche —entre otros— y de hacer varios retiros prolongados. Actualmente se dedica principalmente a la interpretación y traducción del tibetano al español y trabaja en Casa Tíbet apoyando en el aspecto académico y meditativo.
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