miércoles, 26 de agosto de 2009

esta Ud. libre de todo esto ?


Pecados Capitales
AVARICIA
El avaro nunca está satisfecho. Por más que tenga lo suficiente para ser feliz, siempre se siente inseguro.
Él desearía tener y retener sin jamás dar. Lo que es tan imposible como subir una escalera para abajo. Dar y recibir van juntos.
Pero el avaro acumula, se apega a las riquezas. Nunca son suficientes. Tiene miedo y desconfía de todo el mundo. Vive quejándose y de mal humor, como el Tío Rico del Pato Donald, que aunque nade en montañas de monedas siempre está refunfuñando.
El dinero nació para circular, pero como el avaro lo retiene no puede hacer otra cosa más que sufrir. Es un sufrimiento inútil, porque el dinero –como tantas otras cosas- va y viene.
La avaricia da origen al usurero, al tacaño, al mezquino pero su raíz esencial es el miedo. Engendra la avidez y la ansiedad, el cáncer y el estreñimiento. Vuelve rígidas las articulaciones y las arterias, seca la piel.
El apego al dinero y las riquezas torna a las personas infelices y solitarias.
“Tener dinero calma los nervios”- dicen. Pero aquellos que se apegan a él viven todo el tiempo pendientes y siempre están nerviosos. Lamentándose constantemente de que nadie los quiere.
Lo contrario de la avaricia es la generosidad.
En el budismo existe el concepto de Fuse (dar, don, donativo) que se basa en el principio de comunión con todos los seres. Dar y recibir es la ley fundamental de la naturaleza.
El monje Ryokan * vivía en su choza de paja. Una noche entró un ladrón pero quedó completamente sorprendido. Allí no había nada, apenas un hombre cubierto con una manta. Dijo Ryokan: “Debes haber andado mucho para llegar hasta aquí. No te vayas con las manos vacías. Toma, llévate mi manta.”
El ladrón tomó la manta y huyó. Desvelado, Ryokan se asomó a la ventana y mirando el cielo nocturno pensó: “Lástima no poder darle también esa hermosa luna”.
Un avaro jamás podrá tener una felicidad tan grande, simple y maravillosa.
LUJURIA
Si el orgulloso se infla y el avaro se endurece, el lujurioso en cambio se derrite.
Un perro se para donde hay una perra, pero al lascivo se lo puede ver rondando los Porno Shops y los cinemas en donde se exhiben filmes condicionados.
La lujuria inventó la pornografía. Pertenece a las zonas oscuras de la humanidad y sus cultores viven en las sombras.
El lujurioso es un enfermo al que se le cae la baba, y su padecimiento es jamás alcanzar lo que desea. Siempre deseando. Siempre insatisfecho
Raras veces concreta una verdadera relación sexual, porque cuando lo intenta, o bien de derrite en una eyaculación precoz o bien termina sucumbiendo en la soledad de la masturbación.
El erotismo es una parte importante de las relaciones sexuales. Los pueblos orientales que no tienen tabúes religiosos, han hecho de él un arte. El Yoga Tantra y la maestría de las Geishas son un buen ejemplo de ello. Pero el libidinoso escucha la palabra Kama Sutra y ya comienza a tocarse.
Para evitar estas desviaciones de las conductas humanas, algunas religiones crearon códigos de moral legislando sobre lo que debe y no debe hacerse. El Budismo, en cambio, no dice “esto está bien, esto está mal”. Simplemente permite la libre acción en la que cada uno ha de hacerse responsable de sus actos.
En la antigua China, una acaudalada dama mantenía a un monje en una apartada cabaña de su propiedad. Semanalmente le hacía llegar alimentos con un criado. Así pasaron años. Un día, queriendo comprobar qué progresos había hecho el monje, le envió una cortesana con instrucciones precisas de seducirlo.
Cuando la mujer intentó abrazarlo el monje se retrajo y respondió: “Después de tres años y medio, la rama de este árbol está completamente seca.”
La cortesana relató lo sucedido a la dama, quién exclamó: “¡Qué falta de compasión!” Al día siguiente, echó al monje de sus tierras y le prendió fuego a la cabaña.
Una auténtica vida sana conserva el equilibrio entre el puritanismo y la lujuria.
ENVIDIA
Jamás se vio a una vaca intentando volar o a un pájaro tratando de aprender a ladrar. ¿Qué loco sería, no?
Pero los seres humanos llevan la envidia, la comparación y la competencia hasta límites increíbles, procurando obtener aquello que el otro posee.
La envidia es la idealización de lo ajeno. Es vivir pendiente de los otros, comparando siempre lo que uno posee con lo de los demás.
Si se les pregunta, la mayoría dirá que la envidia es un sentimiento natural y hasta habrá quienes afirmen que tener un poco de envidia es sano.
Lo que ocurre es que la envidia es un especie de “mosquita muerta” de inocente apariencia. No reluce. No tiene la actitud prepotente de la soberbia, ni los ojos vidriosos de la lujuria. Pero en pequeñas dosis homeopáticas va envileciendo la sangre y carcomiendo las entrañas. Promueve la ambición y genera los celos.
La envidia no se ve, va por dentro, trabajando despacito, sutilmente. Pero termina oscureciendo la mirada y es uno de los causantes de los problemas cardíacos.
El común de las personas vive pendiente de la mirada de los otros, midiendo, evaluando, comparándose con los otros. Así surge el más y el menos, el mejor y el peor.
El deseo ardiente de ser como el otro conduce a las personas a pasiones desordenadas, a la cárcel, al sillón del cirujano o, en el mejor de los casos, al oscuro rincón de la infelicidad.
Nadie quiere quedar rezagado y se lanzan unos contra otros en una lucha sin fin. Son como las bolas del billar con troneras. Chocando, empujándose, rebotando contra las bandas y volviendo a chocar. ¿Y todo para qué? Para terminar en un agujero.
Lo que es verdaderamente tuyo no puede perderse.
Después de todo, en el aire los pájaros están volando como pájaros. En el agua los peces están nadando como peces.
GULA
El hambre agradece un trozo de pan. Y la sed, un vaso de agua. Pero un mar de agua es una inundación y el comer desmedidamente produce serios trastornos en el organismo.
El goloso vive pellizcando. Eso, en sí mismo, no sería un problema. El problema reside en que no puede detenerse.
La gula es un barril sin fondo. Un pozo que no se llena nunca.
Y como no se llena nunca, el goloso anda siempre deseando, dominado por el apetito. Vive fascinado por las golosinas y los manjares. Y la mayoría de las veces –mientras pueda “picotear”- parece feliz.
Sin embargo, la falta de moderación en el comer y el beber conducen a la enfermedad. En los tiempos modernos, en donde todo se ha acelerado, la fast food (¿fat food?) brinda una satisfacción inmediata a nuestros deseos. Pero también produce la Bulimia.
El bulímico es un goloso con culpa. Vive en un círculo vicioso que consiste en comer-sentirse culpable-vomitar-volver a comer para sentirse mejor. Esto, que parece un mal de nuestros días, ya fue anunciado por el filósofo chino Confucio cuando dijo: “Los manjares se convierten en enfermedad.”
El bien se transforma en mal. El mal en bien. Los gordos no siempre son golosos. Ni los golosos, gordos. También hay flacos famélicos que viven pendientes de la comida.
La condición de flaco o de gordo, nada tienen que ver con la gula y son características naturales de los seres humanos. Naturalmente, por genética familiar, somos como somos. Si te tocó ser gordo o gorda, disfrútalo. Aunque no esté de moda. Eso si, evita el sobrepeso de la gula.
Hay un ideograma chino –que en japonés se pronuncia WA- que significa tanto gordo, como feliz o armonioso. Se me ocurre que el Buda no era tan gordo como aparece en las estatuas, pienso que esa ha sido una licencia de los escultores para enfatizar su condición de persona feliz y armoniosa.
Aunque no se sepa nada de la historia de este hombre, al contemplar su figura uno puede ver en ella armonía y templanza.
Lo opuesto a la gula es la templanza.
LA IRA
La ira es roja. Y ni el más santo entre los santos puede escapar de ella. Es una fuerza poderosa. Un remolino de fuego. Un furor devastador e incontenible.
Aparece súbitamente, como una mala noticia. Surge desde lo más hondo de las entrañas, se expande hacia las extremidades y estalla en gritos, golpes de puño y patadas. Nadie se salva. Nada queda igual después de un estallido de cólera.
La ira deja siempre un tendal de dolor y sufrimiento.
Al colérico le hierve la sangre, se irrita con facilidad y en todo momento está dispuesto para la pelea. Para él, cada día es una batalla. Le sobra energía. Tiene siempre calor, detesta que lo contradigan y no sabe esperar. Es impulsivo, irritable y violento, y sus explosiones son espectaculares.
Pero la ira, el enojo y la rabia no se limitan a un determinado tipo de personalidad. Puede ocurrirle a cualquiera, en cualquier momento. Y nadie está exento. Sus raíces profundas nacen del deseo, y la materia prima es la frustración.
Asociada casi siempre con el poder, cuando este último se ve amenazado o contrariado, la ira se manifiesta. Es la guerra. Por un “quítame de ahí esas pajas” la furia se desata. Es la expansión Hitleriana, las bombas estallando en Hiroshima y Nagasaki, los aviones estrellándose contra las torres gemelas de Nueva York. La destrucción y el dolor que dejan la violencia desatada, son irreparables.
El ser humano destruye lo que odia pero también lo que ama.
Hace un tiempo, un hombre vino a verme y me confesó que tenía frecuentes ataques de violencia. La volcaba en su familia y en el trabajo. Sufría por ello.Le sugerí que no intentase reprimirla, puesto que al hacerlo la energía se potencia. Debía darle un cauce diferente. Le mostré entonces un ejercicio para que practicara durante los ataques.
Después se fue a vivir al extranjero y lo perdí de vista. Hace poco recibí un e-mail suyo en donde me decía: “El ejercicio funciona. ¡Que alivio!”
Aprender a canalizar nuestra energía es importante. Si bien se mira, un cuchillo no es ni bueno ni malo. Puede matar o curar.
PEREZA
La pereza nace de la ignorancia. Brota en los tiempos libres, y es el pasatiempo de los tímidos y los ilusos. Sus días preferidos son los domingos y los feriados.
La pereza es la madre del “después” y el “más tarde”. Posterga las acciones pero también acorta la vida.
Sin ser verdaderamente pesada, nos aplasta con su goma pegajosa y nos desmenuza en bostezos hasta hacernos lagrimear. Al principio es dulce, pero muy rápidamente se vuelve empalagosa como una tía besucona.
No debe confundírsela con el ocio, que es otra cosa. En el ocio, la energía está en reposo. En la pereza, en cambio, está estancada. Fluye con dificultad en círculos concéntricos y no llega a expresarse. La cabeza está activa, pero el cuerpo no responde. Es como una casa abandonada. Y, ya se sabe, cuando la casa está abandonada es fácil que entren malhechores y alimañas.
La pereza es una puerta abierta a todo tipo de enfermedades. La adicción al alcohol o las drogas, los intentos de suicidio y la depresión se cultivan en ella.
Una mente errabunda y perezosa se expone a malos pensamientos, ideas obsesivas y necias. Dice un antiguo proverbio chino: “Cuando los hombres necios disponen de tiempo, sólo pueden pensar necedades.”
La pereza da mucha pereza. Es como una levadura que crece y se multiplica. Que nos fatiga por aburrimiento.
El modo más efectivo para salir de la molicie perezosa es ponerse en acción. Romper la inercia. No es fácil ni difícil, pero se necesita una firme determinación. Cualquier tarea servirá.
Un día, el gran maestro Nansen estaba lavando la ropa. Pasa en ese momento un monje y exclama: “Maestro, ¿usted haciendo esas tareas?”“Qué –dijo Nansen enarbolando sus calzones- ¿acaso no es lo que hay que hacer con estas cosas?”
Desde siempre, el zen ha comprendido las virtudes del trabajo físico. La actividad corporal tonifica el cuerpo, desembota la mente, libera el espíritu de depresiones y melancolías.
El trabajo es una bendición, nuestra capacidad natural de expresarnos en este mundo, la mejor medicina para nuestra salud y para liberarnos de la gran pereza que nos produce la pereza.

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