Mustang
Mustang, Nepal — viernes, 29 de enero de 2010
Tras siglos encerrado en sí mismo, el pequeño y remoto reino de Mustang parece sentirse por fin seguro; su puerta se ha entreabierto para dejar pasar a poco más de un millar de turistas cada año. La amenaza de la destrucción de su cultura por el empuje de la China comunista parece haber pasado y, como dice la leyenda, las montañas gigantes de Annapurna (8.078 metros) y Nilgiri (7.061 metros), entre las que se cobija el último edén budista del Himalaya, han cumplido con su misión de guardaespaldas.
Situado al norte del Annapurna, Mustang es un pedazo del Tíbet en territorio nepalí. Los textos antiguos demuestran que Lo, como era conocido Mustang antiguamente, fue una parte del Imperio tibetano bajo el control del más famoso de sus reyes, Songtsengampo. Durante mucho tiempo se convirtió en paso obligado para las caravanas que viajaban desde el Tíbet a Nepal en lo que dio lugar a la llamada Ruta de la Sal. Aquel intenso comercio benefició a sus habitantes, que invirtieron parte de ese dinero en levantar los templos budistas que hoy aparecen en los lugares más inaccesibles.
Los primeros expedicionarios occidentales no llegaron hasta los años 50 y los turistas lo hicieron a partir de 1992, después de que el Tratado Chino-nepalí redefiniera las fronteras del norte de Nepal e incluyera Mustang en su territorio. «La autentica cultura tibetana sobrevive solo en el exilio y en lugares únicos como Mustang», suele decir el actual Dalai Lama, que ha visto cómo la masiva inmigración china está acabando con la cultura local en el Tíbet y estos días mira con sana envidia al vecino. La independencia del reino de Mustang del Tíbet tuvo que esperar a su fundación en 1380 por el héroe nacional Ame Pol, de quien desciende la actual familia real. A pesar de la emancipación, las gentes de Lo se han visto envueltas en guerras ajenas debido a su privilegiada posición geográfica. En los 60, la guerrilla tibetana que luchaba para expulsar al Ejército rojo chino de su tierra encontró refugio en Mustang y desde su territorio preparó numerosas acciones contras las tropas chinas con el apoyo de la CIA. ¿Qué mejor sitio para esconderse que el fin del mundo?
Mustang no está hecha para los amantes de excursiones tranquilas. La dificultad del terreno hace que sea un trekking especialmente duro para el que hay que estar en buena forma e ir bien preparado. El mal de altura y el esfuerzo físico han obligado a muchos a dejar las vacaciones a medias. Es necesario ir bien equipado e incluir en la maleta una mascarilla contra el polvo. Los vientos, que en ocasiones son muy fuertes, hacen necesario seguir al detalle los consejos de los guías al cruzar cañones, acantilados y pasos. Los obstáculos, además de la protección de los gigantes Annapurna y Nilgiri, parecen por ahora garantizar que no habrá turismo masivo en el reino prohibido.
Mustang ha sido el último escondite del Himalaya en sumar su nombre a la ya larga lista de pueblos que creen que James Hilton se refería a su tierra cuando describió un paraíso llamado Shangri-la en su novela Horizontes Perdidos. El Gobierno de Nepal, castigado durante los últimos años por la violencia de la guerrilla maoísta y necesitado de turistas, está viéndose tentado a utilizar la ocasión para aumentar la cuota de visitantes con derecho a pasar por una puerta hasta ahora sólo entreabierta. El riesgo es que, si se perturba la cultura de este pueblo o se abusa de la generosidad de sus anfitriones, la puerta podría volver a cerrarse.
La mayoría de los viajeros eligen el destino atraídos por una de las rutas de trekking más espectaculares del mundo. Desde Jomsom el objetivo es llegar a la capital oficiosa de Mustang y lugar de residencia del actual rey, la bella ciudad amurallada de Lo Manthang, para ir más allá si se tienen las energías. El camino está lleno de acantilados, pasos imposibles, cañones y abismos, todos ellos aptos sólo para los fuertes de corazón. Los trayectos suelen ser de 14 días en la versión más suave y de hasta 24 jornadas en la versión más larga que sigue el curso del río Kali Gandaki y pasa por los poblados de Kagbeni, Chusang, Samochen y Charang, atraviesa la explanada de las aspiraciones y después continúa hacia las regiones más remotas, donde muchos lugareños no han visto jamás a un occidental.
El primer objetivo es llegar a Kagbeni, donde se debe lograr un permiso para llegar al alto Mustang, el área restringida donde se encuentra lo más auténtico del viaje. Una vez pasado el trámite se llega al valle de Kali Gandaki, desde donde se contemplan tres picos de más de 7.000 metros y empieza un duro trekking de subida siguiendo el curso del río, en ocasiones a alturas cercanas a los 5.000 metros. Las banderas de rezos, ondeando coloridas en medio de la meseta tibetana, son la primera señal de que se está en tierra de Buda.
En el camino surgen en los lugares menos esperados templos de piedra roja, muchos construidos en el siglo XVI, casi siempre bien conservados y entre cuyos tesoros se cuentan centenarias tankas, pinturas, gigantescas estatuas de budas erguidos y tumbados y deidades. Puede sorprender, pero en Mustang hay más templos que árboles: el reino de Lo no deja de ser un inmenso desierto junto al cielo.
La mayor parte del territorio es árido, con rocas de colores anaranjados, rojizos o plateados que en ocasiones dan un aspecto lunar a sus paisajes. El microclima, casi siempre seco, permite a las agencias de viajes funcionar incluso cuando otras zonas de Nepal son inaccesibles por la lluvia. La forma de vida de los pueblos sigue siendo feudal, con los hombres dedicados al cuidado de los yaks y de sus pequeños campos de cereales y las mujeres atendiendo la casa. Así ha sido durante los siglos en los que los habitantes de Lo han parado el tiempo. Mientras el mundo cambiaba, Mustang seguía siendo el mismo lugar de siempre, vinculado a sus tradiciones y ajeno a lo que sucedía fuera de sus fronteras.
Situado al norte del Annapurna, Mustang es un pedazo del Tíbet en territorio nepalí. Los textos antiguos demuestran que Lo, como era conocido Mustang antiguamente, fue una parte del Imperio tibetano bajo el control del más famoso de sus reyes, Songtsengampo. Durante mucho tiempo se convirtió en paso obligado para las caravanas que viajaban desde el Tíbet a Nepal en lo que dio lugar a la llamada Ruta de la Sal. Aquel intenso comercio benefició a sus habitantes, que invirtieron parte de ese dinero en levantar los templos budistas que hoy aparecen en los lugares más inaccesibles.
Los primeros expedicionarios occidentales no llegaron hasta los años 50 y los turistas lo hicieron a partir de 1992, después de que el Tratado Chino-nepalí redefiniera las fronteras del norte de Nepal e incluyera Mustang en su territorio. «La autentica cultura tibetana sobrevive solo en el exilio y en lugares únicos como Mustang», suele decir el actual Dalai Lama, que ha visto cómo la masiva inmigración china está acabando con la cultura local en el Tíbet y estos días mira con sana envidia al vecino. La independencia del reino de Mustang del Tíbet tuvo que esperar a su fundación en 1380 por el héroe nacional Ame Pol, de quien desciende la actual familia real. A pesar de la emancipación, las gentes de Lo se han visto envueltas en guerras ajenas debido a su privilegiada posición geográfica. En los 60, la guerrilla tibetana que luchaba para expulsar al Ejército rojo chino de su tierra encontró refugio en Mustang y desde su territorio preparó numerosas acciones contras las tropas chinas con el apoyo de la CIA. ¿Qué mejor sitio para esconderse que el fin del mundo?
Mustang no está hecha para los amantes de excursiones tranquilas. La dificultad del terreno hace que sea un trekking especialmente duro para el que hay que estar en buena forma e ir bien preparado. El mal de altura y el esfuerzo físico han obligado a muchos a dejar las vacaciones a medias. Es necesario ir bien equipado e incluir en la maleta una mascarilla contra el polvo. Los vientos, que en ocasiones son muy fuertes, hacen necesario seguir al detalle los consejos de los guías al cruzar cañones, acantilados y pasos. Los obstáculos, además de la protección de los gigantes Annapurna y Nilgiri, parecen por ahora garantizar que no habrá turismo masivo en el reino prohibido.
Mustang ha sido el último escondite del Himalaya en sumar su nombre a la ya larga lista de pueblos que creen que James Hilton se refería a su tierra cuando describió un paraíso llamado Shangri-la en su novela Horizontes Perdidos. El Gobierno de Nepal, castigado durante los últimos años por la violencia de la guerrilla maoísta y necesitado de turistas, está viéndose tentado a utilizar la ocasión para aumentar la cuota de visitantes con derecho a pasar por una puerta hasta ahora sólo entreabierta. El riesgo es que, si se perturba la cultura de este pueblo o se abusa de la generosidad de sus anfitriones, la puerta podría volver a cerrarse.
La mayoría de los viajeros eligen el destino atraídos por una de las rutas de trekking más espectaculares del mundo. Desde Jomsom el objetivo es llegar a la capital oficiosa de Mustang y lugar de residencia del actual rey, la bella ciudad amurallada de Lo Manthang, para ir más allá si se tienen las energías. El camino está lleno de acantilados, pasos imposibles, cañones y abismos, todos ellos aptos sólo para los fuertes de corazón. Los trayectos suelen ser de 14 días en la versión más suave y de hasta 24 jornadas en la versión más larga que sigue el curso del río Kali Gandaki y pasa por los poblados de Kagbeni, Chusang, Samochen y Charang, atraviesa la explanada de las aspiraciones y después continúa hacia las regiones más remotas, donde muchos lugareños no han visto jamás a un occidental.
El primer objetivo es llegar a Kagbeni, donde se debe lograr un permiso para llegar al alto Mustang, el área restringida donde se encuentra lo más auténtico del viaje. Una vez pasado el trámite se llega al valle de Kali Gandaki, desde donde se contemplan tres picos de más de 7.000 metros y empieza un duro trekking de subida siguiendo el curso del río, en ocasiones a alturas cercanas a los 5.000 metros. Las banderas de rezos, ondeando coloridas en medio de la meseta tibetana, son la primera señal de que se está en tierra de Buda.
En el camino surgen en los lugares menos esperados templos de piedra roja, muchos construidos en el siglo XVI, casi siempre bien conservados y entre cuyos tesoros se cuentan centenarias tankas, pinturas, gigantescas estatuas de budas erguidos y tumbados y deidades. Puede sorprender, pero en Mustang hay más templos que árboles: el reino de Lo no deja de ser un inmenso desierto junto al cielo.
La mayor parte del territorio es árido, con rocas de colores anaranjados, rojizos o plateados que en ocasiones dan un aspecto lunar a sus paisajes. El microclima, casi siempre seco, permite a las agencias de viajes funcionar incluso cuando otras zonas de Nepal son inaccesibles por la lluvia. La forma de vida de los pueblos sigue siendo feudal, con los hombres dedicados al cuidado de los yaks y de sus pequeños campos de cereales y las mujeres atendiendo la casa. Así ha sido durante los siglos en los que los habitantes de Lo han parado el tiempo. Mientras el mundo cambiaba, Mustang seguía siendo el mismo lugar de siempre, vinculado a sus tradiciones y ajeno a lo que sucedía fuera de sus fronteras.
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