Las minas antipersonas arrancaban a diario en Camboya vidas y extremidades, a menudo de niños. Figaredo ideó para ellos la silla Mekong, a partir de ruedas de bicicleta y piezas fáciles de reponer. Además, fundó el centro Arrupe en Battambang --donde hoy es obispo-- para acoger a niños y jóvenes discapacitados. Entre ellos, Mek Chaneng. Tenía 17 años cuando una mina le dejó sin piernas y sin el brazo izquierdo. Hoy es un embajador mundial de la causa contra las minas antipersonas y las bombas de racimo. Pronto viajará a Colombia, como delegado de la campaña contra las minas.
Camboya es un país abarrotado de niños y adolescentes. La mitad de la población no ha cumplido los 18 años. "Es como vivir siempre en la salida de un colegio --explica Figaredo--. Un inmenso potencial de futuro que hay que organizar y vehicular". ¿Cómo? A través de la educación. Es la prioridad para el obispo: facilitar a los jóvenes la capacidad de decidir su futuro y de trabajar.
Sobrevivir a Pol Pot
También Pol Pot, al frente de los Jemeres Rojos (1975-79), creyó que los niños tenían que marcar la senda del país. Los escogió, porque no estaban contaminados por el pasado, para ejecutar la delación, la tortura y el asesinato sistemático. Hoy, cinco dirigentes de aquella locura comparecen ante un tribunal internacional, aunque el país parece haber decidido pasar página. "La gente sencilla no habla de reconciliación ni de venganza. A la mayoría de la población le tocó sufrir e intentar sobrevivir antes, durante y después de Pol Pot".
Camboya ha avanzado en una década 20 puestos en la clasificación del desarrollo humano de la ONU. Kike Figaredo cree que la cooperación y la solidaridad internacionales están poniendo de su parte. Él cuenta con propagandistas tan influyentes como su primo Rodrigo Rato. Y con numerosos jóvenes dispuestos a convertirse en cooperantes sobre el terreno. Valora su generosidad, pero les advierte: "La solidaridad no puede ser una moda ni una experiencia que tengo que pasar, sino que tiene que ser parte de mi vida. La cooperación ya no es cosa de curas y de monjas sino de los cooperantes y las oenegés. La Iglesia debe poner sus enormes estructuras en todo el mundo al servicio de este intercambio".
Liturgia mestiza
Se siente apoyado por la jerarquía, pero también la critica: "La Iglesia en Occidente vive alejada de las necesidades vitales que nosotros vemos a diario. Habría que acercarse más a los proyectos de la sociedad que están comprometidos con valores cristianos".
Las misas que celebra Figaredo mezclan liturgia cristiana con símbolos budistas y cánticos y bailes tradicionales camboyanos. "No podemos llegar con nuestros símbolos y dogmas y decirles que los suyos no sirven. No podemos imponernos, sino demostrar que los valoramos. Esta sociedad es muy tolerante y el budismo es abierto y acogedor. Y nosotros nos abrimos también a sus maneras de entender ciertas cosas y de expresarlas". Las expresan, por ejemplo, a través de la danza. Por eso Figaredo ha impulsado una escuela de folclore.
El jesuita busca también el apoyo de las autoridades: "Si vieran que estoy aquí enriqueciéndome, o dando trabajo solo a extranjeros, ya me habrían echado". Quizá recelan de su carisma. Pero a él también le preocupa que su proyecto descanse tanto sobre su propia persona. ¿Y si mañana el Vaticano decidiera sustituirle? "Me moriría. Pero no creo que pase. Yo soy válido aquí, y siento que mi trabajo no ha terminado. Sufriría, sufriría mucho una vez más".
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