sábado, 15 de mayo de 2010

El Dalai Lama an Indiana




A las ocho de la mañana unas cincuentena de personas se apretaban en una fila en el Starbucks del estadio Conseco, en el downtown de la capital de Indiana. En vez de la uniformidad de los oficinistas y ejecutivos ocasionales, muchos clientes vestían ropas sueltas y coloridas. En su mayoría procedían de otros estados y habían llegado la víspera para ver y oír al Dalai Lama, en su primer discurso público en esta ciudad después de diez años.

Cerca de diez mil espectadores, dos tercios de la capacidad del estadio de los Pacers, el equipo estatal de la NBA, pasaron los controles de seguridad sin el jolgorio de los días de partido. Casi todos eran blancos, aunque podían verse numerosos rostros asiáticos. Una familia de refugiados vietnamitas, cuyo hijo había conducido toda la noche desde la ciudad de Washington, esperaba que este acto sirviera para traer algo de paz al mundo.

Robin, un jubilado de Chrysler, de 54 años, contó que había coincidido con el Dalai Lama en una clínica de Minnesota, cuando se sometía a un tratamiento experimental para una enfermedad rara, y que aquella coincidencia tenía un sentido para él: "me curé, perdí ciento diez kilos, descubrí que lo principal es la vida y ahora me dedico a estudiar las religiones".

Joy, su acompañante, miembro del mismo grupo de meditación, asentía mientras acariciaba una campana recién comprada. "Vinimos ayer y nos quedamos en un motel; en habitaciones separadas, para no molestar a mi marido", aclaró.

'No tengo poderes de sanación'

A las nueve y media, tras una pieza de violonchelo y las presentaciones, el decimocuarto Dalai Lama comenzó un discurso en el que habló de la tragedia de la desnutrición, de la búsqueda de la felicidad y de la necesidad de misericordia. En una hora desgranó un discurso para todos los públicos.

Llamó al entendimiento entre las religiones y explicó principios básicos del budismo tibetano, como la compasión y la búsqueda de valores interiores frente al ansia de dinero o poder. Su voz baja, su marcado acento y una mala acústica, contribuyeron a que muchos asistentes tuvieran que preguntar con frecuencia a sus acompañantes qué decía.

Como él mismo recordó, es sólo un ser humano, de setenta y cinco años, y narró que, tras una operación de la vesícula, los doctores ratificaron que Su Santidad no tenía poderes de sanación.

Esa y otras anécdotas provocaron la risa en numerosas ocasiones. Young, una maestra surcoreana procedente de Terra Haute, en el oeste del estado, aseguraba que podía respirarse la paz y la energía. En ningún momento el orador hizo declaraciones políticas ni mención a China o a la independencia del Tíbet.

Al final del discurso se abrió un turno de preguntas que derivó en un consultorio. Una mujer preguntó cómo se podían evitar los nervios y la agresividad ante personas concretas, como un ex marido. Tras las risas, el Dalai Lama dijo que de lo malo siempre puede extraerse algo positivo, como la libertad, y que había que olvidar lo que nos daña y pensar en positivo. Sólo entonces manifestó: "nosotros perdimos nuestro país, nuestra libertad, todo, pero eso nos ha dado oportunidades para que nos escuchen, para conseguir cosas poco a poco; preocuparse no sirve de nada".

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