PABLO M. DÍEZ | SHENZHEN
Resulta prácticamente imposible dar diez pasos seguidos sin ser observado por una cámara de seguridad en la mayoría de las calles de Shenzhen, una boyante ciudad del sur de China fronteriza con Hong Kong.
Hace treinta años, Shenzhen era un humilde pueblo de pescadores, pero el régimen comunista decidió convertirlo en el banco de pruebas de su apertura económica al capitalismo al permitir la inversión extranjera. Con más de 12 millones de habitantes, la mayoría campesinos que han emigrado de las pobres provincias del interior atraídos por su extraordinario crecimiento, Shenzhen es una de las megalópolis más prósperas y modernas de la provincia de Guangdong, donde se concentran unas 100.000 industrias de la «fábrica global» a lo largo de su populoso Delta del Río de las Perlas.
Auténtico laboratorio del progreso chino, el régimen de Pekín está llevando a cabo otro experimento social en esta urbe plagada de futuristas rascacielos de cristal y acero, lujosas galerías comerciales con centelleantes luminosos de neón y autopistas de varios carriles flanqueadas por palmeras junto al mar al más puro estilo de Hollywood. Se trata del control de su población mediante un sofisticado y masivo sistema de cámaras de vigilancia instaladas por doquier en farolas, semáforos, cruces, plazas, parques y avenidas.
De momento, hay unas 200.000 cámaras repartidas por toda la ciudad, pero el objetivo es llegar el próximo año a los dos millones, la mayor concentración del mundo y cuatro veces más de las existentes en Londres.
Para ello, las autoridades se amparan en los altos índices de delincuencia que ha traído el capitalismo a Shenzhen. Desde que empezaron a colocarse en 2006, la criminalidad ha caído más de un 10 por ciento y las detenciones policiales han aumentado un 2,6 por ciento, pero los grupos defensores de los derechos humanos temen que esta mayor seguridad también entrañe un peligroso control social por parte del autoritario régimen chino.
«Escudo dorado»
Bajo el proyecto denominado «Escudo dorado», Pekín se está dotando de la tecnología más avanzada en sistemas de vigilancia, muchos de ellos proporcionados por empresas occidentales como IBM, General Electric y Honeywell y ya utilizados en los Juegos Olímpicos del año pasado. En Shenzhen ya funcionan cámaras con un ángulo de visión de 360 grados y rayos infrarrojos para poder grabar de noche, así como otras de largo alcance que pueden cubrir hasta 16 kilómetros.
Pero, sin duda, lo más aterrador de esta iniciativa son las cámaras capaces de identificar caras mediante el reconocimiento del iris, los rasgos faciales o incluso la forma de andar. Conectadas con una base de datos donde la Policía almacena la información personal contenida en los chips de los carnés de identidad, permiten no sólo identificar a criminales y sospechosos buscados por la Justicia, sino también a disidentes y críticos perseguidos por el régimen.
En China, dichas cámaras de última generación ya se probaron durante los Juegos Olímpicos y actualmente están operativas en edificios públicos. «Ya usamos la tecnología de reconocimiento de caras en oficinas del Gobierno y centros comerciales», reconoció en una entrevista con DPA Xue Junling, director de la empresa tecnológica Shenzhen Xinhuo Electronic Engineering, que había instalado 38 cámaras de vigilancia en el Centro Cívico de Shenzhen, donde se ubica la sede del Partido Comunista.
En la vecina Cantón (Guangzhou), la compañía Píxel Solutions aplica a los nuevos carnés de identidad chinos la tecnología comprada a la americana L-1 Identity Solutions, que produce los pasaportes y sistemas biométricos de seguridad del Gobierno de EE.UU. Gracias al microchip que incorporan, en un segundo se pueden encontrar en un banco de datos con diez millones de caras varias fotos del sujeto detectado por las cámaras, incluyendo imágenes tomadas años atrás.
Desde 2006, la industria de las cámaras de vigilancia ha crecido en China un 24 por ciento hasta facturar más de 2.700 millones de euros. Pero el quid de la cuestión no es económico, sino político, ya que los defensores de los derechos humanos han alertado de que este sistema recortará las libertades y permitirá controlar a los disidentes.
Abusos del régimen
En un país como China, dirigido de forma dictatorial por un partido único, estos métodos se prestan con frecuencia a abusos, como cuando se descubrió que las cámaras de Shenzhen estaban grabando a mujeres desnudas en el interior de sus hogares. Ahora, tanto las amas de casa como los disidentes se aseguran bien de correr sus cortinas porque saben que el «Gran Hermano» de ojos rasgados ya los vigila con sus cámaras.
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