Opinión de María Femés | 28.10.2009 15:41 |
Una grave crisis moral recorre el mundo
En el mundo actual, no solo existe una crisis financiera global sino también una crisis moral de dimensiones planetarias, justo en el preciso momento en que la humanidad más necesitada está de un nuevo humanismo y de un modelo de civilización sustentado en valores ético-morales, pues ello podría ayudar enormemente también a explorar nuevos modelos de crecimiento económico más sostenibles que no se sustentaran exclusivamente en la avaricia inescrupulosa y sin límites de un sistema financiero que ha llevado la economía mundial a la quiebra.
Lo gobiernos que han de dirigir la marcha inmediata y futura de la humanidad, no pueden ignorar que no solo han de mirar hacia una forma sensata de recuperar la confianza en que un nuevo crecimiento económico es posible, y que éste habrá de aspirar a ser más sólido en cuanto a evitar nuevos cataclismos financieros de las actuales magnitudes, no recordados desde la segunda guerra mundial, sino que esta confianza solo puede ir acompañada de una profunda reflexión sobre el tipo de sujeto moral que habrá de protagonizar y sustentar ese nuevo orden mundial, al que personalidades destacadas del mundo de la política como el presidente de EE.UU., el Sr. Obama, recentísimo premio Nobel de la Paz, se ha referido en varias ocasiones apuntando especialmente a países como China, que aspira a estar representada en todos los organismos internacionales más importantes debido a su creciente influencia política y económica.
Ha llegado el momento de pensar seriamente que un nuevo orden mundial más justo y equilibrado sólo es posible si va acompañado de sólidos valores éticos y morales que lo sustenten y que inspiren confianza tanto a las generaciones actuales como venideras, en un mundo que a fecha de hoy se muestra cada vez más materialista, deshumanizado y violento.
Un nuevo sujeto moral para un nuevo orden mundial
No es posible un nuevo orden mundial más justo y armónico sin respeto a los derechos humanos. Ello es un objetivo irrenunciable y quintaesencia de toda civilización que aspire realmente a serlo. Pues lo contrario solo tiene un nombre, y es el de barbarie. Por ello, el respeto a los derechos humanos y la integridad de las personas debería ser la piedra angular que definiera justamente a ese nuevo orden desde el punto de vista moral. Ello unido al respeto a la naturaleza que también se encuentra en estado crítico en un mundo amenazado por el calentamiento global y la degradación acelerada del medio, y la búsqueda comprometida de nuevos modelos de crecimiento económico también más sostenibles, equitativos y racionales.
En el actual materialismo rampante todo parece comprarse con dinero, la nueva idolatría generalizada es la del Becerro de Oro, y ello está permitiendo que el silencio sobre la violación sistemática de los derechos humanos en dimensiones de holocausto también se compre. ¿Está Occidente y el mundo vendiendo su alma al diablo cual Fausto, sin preguntarse siquiera por las consecuencias que este envilecimiento moral supone para todos y de que ello es una degradación para toda la humanidad, además de un atentado de extrema magnitud contra los principios del Derecho Internacional?
Podría pensarse que esto es lo que está ocurriendo con Europa y EE.UU. en relación a China. Incluso en los peores momentos de la guerra fría era impensable lo que hoy ocurre. El régimen comunista chino compra sistemáticamente el silencio de los gobiernos de los países llamados democráticos y que presumen de garantes de las libertades y derechos del individuo, con sustanciosos acuerdos comerciales que invariablemente lleva incluido como condición el eufemismo de “no injerencia en los asuntos internos”. Esto es, genocidio y crímenes contra la humanidad en magnitudes solo comparables al holocausto judío, como el que se perpetra contra movimientos espirituales pacíficos como Falun Gong, con extracción forzada y sistemática de órganos para su comercio, sobre lo que hay informes y pruebas exhaustivas reconocidas por organismos internacionales, a personas inocentes que han sido detenidas sin juicio ni garantía de algún tipo en la completa ausencia de un Estado de Derecho. Parecido trato merecen activistas de derechos humanos, opositores políticos, minorías étnicas como los uigures en Xinjiang, de quienes recientemente hemos visto una explosión debido a las terribles condiciones represivas y de marginación en que viven, como también a un país anexionado como el Tíbet. El implacable aplastamiento de los derechos humanos en China se ha incrementado incluso posteriormente a los últimos juegos olímpicos, y la situación no hace más que deteriorarse mientras Occidente calla y suscribe acuerdos económicos, cayendo en una dinámica perversa donde se invierte toda la tradición anterior, en la que eran Europa y EE.UU. los que para suscribir esos acuerdos ponían la condición de respeto a los derechos humanos y garantías mínimas de las personas.
La civilizada Europa debiera recordar que cuando el holocausto judío, ésta se prometió a sí misma “nunca más”. Si el holocausto ocurre en otro lugar, en pleno siglo XXI, ¿no nos concierne? Si además son personas inocentes que predican los principios de “Verdad, Benevolencia y Tolerancia”, como es el caso del movimiento espiritual pacífico Falun Gong, ¿no resulta aún más estremecedor?
¿Se han preguntado los gobiernos de estos países si el régimen comunista chino representa en realidad los intereses del pueblo chino, o cuánto es el precio que por estos acuerdos económicos que suscribe Occidente paga el propio pueblo chino? ¿Se pregunta Occidente cuánto cuesta a los paupérrimos y desesperados campesinos chinos el crecimiento espectacular del PIB de su propio país? ¿No es más bien que el régimen comunista chino lo único que busca es perpetuarse ciegamente a sí mismo sin importar el precio?
Corea del Norte, Darfur, Birmania…
Podría decirse como dice la canción que “Amor con amor, se paga…”, pero no, el silencio de Occidente no hace que el régimen chino se corte a la hora de defender a países que suponen un constante desafío hacia los acuerdos de la Organización de Naciones Unidas y la comunidad internacional, como el caso de Corea del Norte, el genocidio en Darfur, o más recientemente la actuación del régimen de Birmania en relación a la líder de la oposición y premio Nóbel de la Paz Aung San Suu Kyi.
Pareciera incluso que cuanto más silencio guarda Occidente, más se envalentona el régimen comunista chino y más lejos llega.
Incluso se utilizan dobles raseros a la hora de exigir en el respeto y cumplimiento hacia los derechos humanos; unas cosas son las que se exige a Rusia, como hizo recientemente y de modo bastante admirable la Canciller alemana la Sr. Angela Merkel, en el reciente asesinato de Natalia Estemírova, activista de derechos humanos en Chechenia, obligándose como consecuencia el presidente ruso a abrir una investigación que no dejara impune el crimen, o por ejemplo a la dictadura comunista de Cuba y otros países, y otra cosa es cuando se trata de China, que ocurre al contrario, que es el régimen comunista quien impone sus condiciones. Entonces, los países democráticos amordazan un pilar básico de sus propios sistemas democráticos: la libertad de expresión e información cuando se trata de informar de la verdad de lo que en China ocurre con los derechos humanos y su terrible magnitud.
¿Holocausto global de la Justicia Universal y los derechos humanos?
El régimen comunista chino tampoco es ajeno, con sus presiones y amenazas a España, a que el gobierno de esta nación y la oposición se pusieran de acuerdo para abolir la Justicia Universal en España, cosa inminente si algo no lo remedia, pues algunos jueces dudan de que ello pudiera ser incluso inconstitucional, por no mencionar la involución que para toda la humanidad representa que el único país al que podían acudir las víctimas de genocidio y delitos de lesa humanidad a pedir justicia y protección ante la barbarie abola el principio de justicia universal, borrando un faro de esperanza para siempre y dando impunidad a quienes cometen estos crímenes amparados por sus gobiernos.
Pues no vale decir que esas deberían ser cosas de la Corte Penal Internacional, pues ésta es impotente del todo si los regímenes y gobiernos que amparan estas tropelías sencillamente no reconocen su jurisdicción para actuar.
Podría decirse que con la limitación de la Justicia Universal en España, el mundo da un paso más hacia el abismo de la barbarie.
El Presidente Obama y el Nobel de la Paz
El Premio Nobel de la Paz, recién concedido al Presidente de EE.UU. a los nueve meses de gobierno, es sin duda un premio a sus intenciones, más que a sus acciones hasta ahora. Se podría decir que es ante todo un premio a la esperanza de sus promesas de trabajar por consolidar un sistema social más equitativo y por un nuevo orden mundial más justo y de mayor entendimiento.
Ello sin duda supone una mayor responsabilidad y compromiso moral para el presidente Obama de no defraudar las esperanzas que con éste premio se ponen en él, y por tanto viene obligado a exigir del gobierno de China y no sólo de forma simbólica, sino con compromisos concretos, que si su aspiración es estar en este nuevo orden mundial, y ser incluida China en todos los organismos internacionales, tiene que respetar unas mínimas reglas del juego, y ello pasa por el respeto de los derechos humanos, el cese del genocidio y el aplastamiento feroz de las minorías. Así como de una mayor apertura política que alivie a su pueblo de represión tan cruenta en ausencia de un Estado de Derecho. Sin duda el pueblo chino y el mundo lo agradecería y podría confiar en que ese nuevo orden es posible.
Tampoco todo vale en la explotación de los recursos naturales y las materias primas del planeta, otro frente soterrado donde se libran decisivas batallas de consecuencias para todos. Las futuras generaciones también pueden ver amenazadas sus condiciones de vida sobre él, si entre todos no se alcanzan acuerdos para un crecimiento sostenible y respetuoso con la naturaleza, la vida y las personas.
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