martes, 20 de octubre de 2009

un cuento Tibetano





El sol poniente se hundía detrás de los picos helados de las montañas y éstos se tornaban rojos como ascuas. En las azoteas de las casa de Lhasa, los niños hacían volar cometas de brillantes colores, entrelazándose con cometas de otros, mientras reían. Un niño de unos seis años estaba sentado junto a su tío, un monje que vestía hábitos marrones.
—Cuéntame un cuentro, tío.
El monje sonrío entre dientes.
—Una historia antigua, pues.


“Un padre le dijo a su hijo: “Voy a morir pronto, hijo mío. Llévate mi oro a tu casa, es tuyo. Pero recuerda que no has de fiarte de nadie”. El padre confiaba en que su hijo, Sonam, tendría presente su consejo y comprendería cómo se estilan las cosas en el mundo. Pero Sonam tenía un gran amigo, Tamchu, con el que había ido a la escuela, que vivía a la aldea próxima con su mujer y sus dos hijos pequeños.
Un día, Sonam decidió salir de peregrinaje al monasterio santo y pensó “cuando mi padre moría me dijo que no me fiara de nadie” pero al pensar en su amigo Tamchu no podía admitir que estas palabras se debieran aplicar también; no a Tamchu. Así pues, llevó sus dos bolsas de pepitas de oro a casa de su amigo y le dijo:
—Tamchu-la, por favor, guárdame el oro mientras esté fuera. Mi padre me lo dio al morir
—Oh sí, naturalmente. Guardaré tu oro con mucho cuidado, y cuando vuelvas de tu peregrinaje aquí lo encontrarás. No te preocupes, somos bueno amigos.

Así —continuó el monje— pasó un año y Sonam volvió de su viaje al monasterio. Fue a casa de Tamchu y le pidió que le devolviese el oro. Pero éste le dijo: “Oh, lo siento muchísimo Sonam. ¡Qué desgracia! ¡El oro se ha convertido en arena!” dijo Tamchu mirando a su amigo con cara de asombro. Aun así, Sonam no parecía muy sorprendido y dijo: “Está bien, Tamchu, no te preocupes, hiciste todo lo que pudiste para vigilar mi oro”.
Los dos hombres comieron juntos como si nada hubiera sucedido. Al atardecer, sonam dijo a su amigo:
—Tamchu-la, me gustaría cuidar de tus hijos durante unos meses. Me gustaría darles comida y ropas, serían muy felices en mi casa.
—¡Muy buena idea Sonam! Aunque he perdido tu oro, quieres cuidar de mis hijos, eres buena persona. Y yo te los dejo muy amablemente porque sé que no tienes família. Que estén contigo el tiempo que haga falta!—repondió Tamchu

Sonam se llevó a los dos niños a su casa y les cuidó muy bien. Pero compró dos pequeños monos y les adiestró para que respondieran a los nombres de los dos hijos de su amigo. Los monos aprendieron muy rápido.
Cuando, al cabo de un tiempo, Tamchu fue a ver a sus hijos, Sonam mostró un triste semblante a su amigo:
—Oh, lo siento muchísimo, Tamchu. ¡Qué desgracia! ¡Tus hijos se han convertido en monos!
Tamchu se quedó pálido y llamó a sus hijos por sus nombres: “Tenzin, ven aquí” y el mono mayor fue hacia él; “Thubten, soy papá” y el mono menor corrió hacia Tamchu. Al ver los monitos que iban hacia él y le daban la mano como si fueran sus verdaderos hijos, Tamchu quedó muy apenado y preguntó a su amigo: “Sonam-la, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo pueden estos monos convertirse de nuevo en mis hijos?”
Sonam pensó unos instantes y dijo:
—Necesitaríamos mucho oro. Por lo menos dos bolsas de pepitas de oro.

Tamchu se fue corriendo a su casa y tan rápido como pudo se presentó a casa de Sonam con las bolsas. Ésta subió al piso de arriba y bajó con los hijos de Tamchu: “Ahí tienes, los he vuelto a convertir en seres humanos”. Tamchu estuvo encantado de recuperar a su dos hijos; pero miró con empacho a Sonam. Enseguida, los dos amigos no pudieron evitar romper a reír.”


Al terminar la historia, el propio monje se hechó a reír al ver que el hilo de a cometa de su sobrino había sido cortada mientras éste escuchaba el relato. Ambos contemplaron como volaba por los valles de Lhasa y volaba hacia los dorados tejado del Potala. -----------------------------------
Recordemos todos:...Cuando te encuentres entre mucha gente, vigila tus palabras,
cuando estés solo, vigila tu mente...

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