El aeropuerto fantasma chino
El Gobierno chino sigue construyendo todo tipo de infraestructuras que, muchas veces, ni siquiera tienen uso. La abundancia de dinero y la voluntad política de desarrollar rápidamente el país son los responsables de este desaguisado.
Éste es el caso del aeropuerto de Libo, con 160.000 habitantes, situado en la provincia de Ghizou, en el sur del país. A finales de 2007 se inauguró un aeropuerto que serviría para que los turistas entrasen a raudales en la comarca, famosa por sus montañas y formaciones kársticas.
Según cuenta un reportero de Los Angeles Times que ha estado por allí, el Estado se gastó 57 millones de dólares en levantar el aeropuerto en mitad de un páramo y, en previsión de la avalancha turística que esperaban, la terminal se diseñó para albergar un tráfico de 220.000 pasajeros al año. Para atraer a modernos reactores cargaditos de gente, los ingenieros diseñaron una pista lo suficientemente larga y ancha como para que aviones como el Boeing 737 pudiesen aterrizar cómodamente. Toda una obra de infraestructura en una región muy deprimida que, aunque sus bosques kársticos fuesen declarados por la UNESCO en 1996 patrimonio de la humanidad, sigue viviendo de la agricultura y de la minería de carbón.
Dos años y medio después de la inauguración, el flamante aeropuerto de Libo es un mastodonte fantasma. Durante todo 2009 hubo 151 pasajeros, y este año tampoco se espera que el tráfico aéreo mejore. Hay sólo dos vuelos a la semana -el viernes y el domingo- que, exceptuando a los funcionarios que van y vienen a la capital provincial, no transportan a nadie más.
Algo muy semejante ha ocurrido con el aeropuerto tibetano de Yushu, enclavado a casi 4.000 metros de altitud, en plena meseta de Qinghai. Después de invertir 78 millones de dólares y construir una pista de 3.800 metros de longitud apta para aviones Airbus 319, el aeropuerto no tiene apenas tráfico: sólo 7.500 pasajeros el año pasado, es decir, la mitad de lo que movió el aeropuerto de Albacete durante 2009. Pero no aprenden, los chinos abrirán el año próximo el cuarto aeropuerto tibetano en la ciudad de Ngari, cerca de la frontera con la India.
China está prosperando a toda velocidad, pero no a la que espera el Gobierno, enfrascado en un programa faraónico de infraestructuras. El tráfico aéreo en China ha aumentado a una tasa del 15% anual en los últimos cuatro años, y se espera que en esta década el tráfico se dispare más de un 40%. Para entonces China será el principal mercado aéreo del mundo con 700 millones de viajeros al año. Por de pronto ya es el primer comprador de aviones. Hasta el líder de la aviación comercial, la europea Airbus, ha instalado una fábrica en el país para ensamblar in situ las aeronaves de la gama A320.
En Libo aún están esperando que ese milagro se produzca. Una de las razones por las que su aeropuerto tiene tan poco tráfico es el precio de los billetes, que ronda entre los 40 y los 70 dólares, muy poco para los occidentales, pero muchísimo para el agricultor medio de aquel condado cuya renta ronda los 200 dólares al año. La ficción, sin embargo, se mantiene. En las instalaciones del aeródromo trabajan 50 personas a tiempo completo y no hay posibilidad de ajuste porque lo hacen para la empresa aeroportuaria estatal.
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