El falso multiculturalismo chino
Por Brahma Chellaney, profesor de Estudios Estratégicos del Centro de Investigación en Ciencia Política de Nueva Delhi. Autor de El monstruo asiático: el auge de China, India y Japón. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 16/08/09):
Tras envolver militarmente la región de Xinjiang, rica en petróleo, es posible que las autoridades chinas hayan sofocado la revuelta uigur. Sin embargo, este episodio, el más mortífero de las manifestaciones de minorías étnicas registradas a lo largo de decenios – junto con el levantamiento que tuvo lugar en la meseta tibetana-muestra los costes políticos de la absorción étnica forzosa y hace trizas el espejismo de una China monolítica.
Las políticas de absorción forzosa en Tíbet y Xinjiang, ricos en petróleo, dieron comienzo después de que el hombre fuerte del país, Mao Tse Tung, creara un corredor de enlace entre las dos regiones rebeldes engullendo la zona india de Aksai Chin, de 38.000 km2,parte del Estado de Jammu y Cachemira.
En la actualidad, alrededor de un 60% del territorio de la República Popular China comprende territorios que no habían estado bajo el gobierno directo de la dinastía Han. El tamaño de China, de hecho, es el triple del que poseía bajo la última dinastía Han, la dinastía Ming, que cayó a mediados del siglo XVII. En el sentido territorial el poder Han se halla en su cenit, circunstancia simbolizada por el hecho de que la Gran Muralla se construyó a modo de perímetro de seguridad del imperio Han.
La absorción manchú en el seno de la sociedad Han y la dilución de la población autóctona en la Mongolia interior significa que los tibetanos y los grupos étnicos musulmanes de lenguas túrquicas de Xinjiang sean los únicos grupos que quedan como núcleos resistentes.
Sin embargo, los acontecimientos sucedidos desde el año pasado se alzan como penoso recuerdo ante los ojos de las autoridades chinas en el sentido de que su estrategia de colonización étnica y económica de la tierra tibetana y uigur está atizando un notable malestar. Mientras por una parte los esfuerzos gubernamentales para extender el uso de la lengua, cultura y poderío comercial Han han alimentado el resentimiento local, por otra el desarrollo económico en esas regiones – orientado a la explotación de sus ricos recursos-ha contribuido a marginar a la población autóctona. Mientras se deja a la población local el empleo en trabajos serviles, los colonos Han se reservan los empleos bien pagados y directivos, símbolo de la ecuación entre colonizados y colonizadores.
Factor aún más importante, la misma supervivencia de las principales culturas de etnia no Han se ve amenazada. Desde el adoctrinamiento en la escuela y la reeducación política forzosa a la reducción drástica del suelo cultivable y de la vida monástica, el hecho es que las políticas chinas han contribuido a infundir sentimientos de sojuzgamiento y resentimiento en la población de Tíbet y Xinjiang.
A fin de sinologizar los territorios poblados por minorías, la multifacética estrategia de Pekín comprende seis factores: alterar cartográficamente las fronteras del suelo patrio de ciertas etnias; inundar demográficamente culturas no Han, al modo como la expansión del gobierno Han sobre Manchuria, Mongolia interior y Taiwán se logró ampliamente mediante la migración durante un prolongado periodo de tiempo; reescritura de la historia para justificar el control chino; colonización económica; puesta en práctica de una hegemonía cultural susceptible de difuminar las identidades locales, y mantenimiento de la represión política.
En el plano demográfico, Pekín no intenta un exterminio étnico en estas regiones, sino una asfixia étnica. Esta estrategia, consistente en asfixiar a la población autóctona mediante la campaña migratoria, equivale a la aniquilación cultural.
Un primer paso en esta dirección fue la reorganización cartográfica de las regiones de residencia de minorías. Mediante una división electoral de Tíbet de acuerdo con sus propios intereses, Pekín situó la mitad de la meseta de Tíbet y casi el 60% de la población tibetana bajo jurisdicción Han en las provincias de Qinghai, Sicuani, Gansu y Yunan. El desmembramiento cartográfico de Tíbet creó el marco destinado a diluir étnicamente a los tibetanos, tanto en las áreas separadas como en el resto del Tíbet, rebautizado como “región autónoma de Tíbet”.
En el caso de la Mongolia interior, se hizo lo contrario: se amplió para incluir áreas Han como la región de Henao a fin de reducir a los mongoles a una minoría e impedir cualquier demanda o aspiración (inspirándose en el deseo de China de unificación con Taiwán) en el sentido de la unificación de las dos Mongolias.
En la actualidad, las lenguas tibetana y uigur están desapareciendo ya de las escuelas locales a medida que las autoridades las retiran del currículo académico. Y, como parte integrante de la estrategia de absorción forzosa, las familias de las minorías étnicas son obligadas a enviar al menos a un miembro de la familia a trabajar en fábricas situadas en distantes provincias Han o a enfrentarse de lo contrario a una multa de dos mil yuanes, alrededor de doscientos euros. Se anima sobre todo a las jóvenes de minorías a trasladarse a provincias Han y casarse con un Han como parte del programa de absorción patrocinado por el Estado. La rápida sinologización, sin embargo, no ha hecho más que agudizar el sentido de identidad y ansia de libertad tibetana y uigur.
La principal idea directriz del sistema chino sigue siendo la uniformidad, como señala el eslogan del presidente Hu Jintao relativo a una “sociedad armoniosa” concebida para reforzar la cuestión de la adhesión social. Apenas es de extrañar que la respuesta pública de Hu al malestar uigur consistiera en pedir a las autoridades locales que “aislaran y asestaran un golpe” a los agitadores, en lugar de ir a las causas del descontento.
Mientras India aplaude la diversidad, China rinde tributo a un monoculturalismo artificialmente impuesto, aunque incluye oficialmente 56 nacionalidades, la nacionalidad Han (que, según el último censo del 2000, representaba el 91% de la población total) y 55 grupos étnicos minoritarios. China intenta no sólo restar importancia a su diversidad étnica, sino ocultar las brechas culturales y lingüísticas existentes en el seno de la mayoría Han, no sea que las divergencias históricas norte-sur afloren nuevamente.
Los Han (divididos en siete o más grupos distintos desde el punto de vista lingüístico y cultural) serán cualquier cosa salvo un grupo homogéneo. Las principales lenguas de China aparte de las empleadas en territorios de minorías, incluyen el mandarín, el hakka (hablado en varias áreas del sur), el gan (provincia de Jiangxi), el wu (provincia de Zhejiang), el xiang (provincia de Hunan), el yue (sobre todo en la provincia de Guangdong), el pinghua (vástago yue), el min del sur (hokkien/ del taiwanés) y el min del norte.
No obstante, los comunistas se han valido del mito de la homogeneidad para atizar el nacionalismo Han. Este mito, concebido en un principio para unificar a los no manchúes en contra de la dinastía manchú Qing, fue ideado por Sun Yat-Sen, un cantonés que encabezó el movimiento republicano que tomó el poder en 1911. La posterior imposición de la lengua del norte, el mandarín, contribuyó a instaurar una lingua franca en una sociedad diversa, pero casi un siglo después no es el mandarín sino las lenguas locales las que se siguen hablando comúnmente.
Actualmente, gracias a la mayor conciencia de la realidad derivada de los avances en las tecnologías de la información y la comunicación, los hakka, los sichuaneses, los cantoneses, los shanghaineses, los fujianeses, los swatoweses, los hunaneses y otras comunidades clasificadas oficialmente como Han reafirman sus identidades distintivas y su patrimonio cultural.
Los problemas internos de China no desaparecerán a menos que sus gobernantes dejen de imponer la homogeneidad cultural y renuncien a la asfixia étnica como estrategia del Estado llevada a la práctica en áreas de minorías. Tras el levantamiento tibetano en el 2008, el año 2009 será recordado como el de la revuelta uigur. Si se considera que el año próximo se cumplirá el LX aniversario de la ocupación china de Tíbet, el centro de atención se situará en los desafíos internos de China. Mientras el crecimiento económico aminora su ritmo y el malestar interno aumenta a una cadencia similar a la del PIB chino, tales desafíos se extienden de hecho al corazón de la propia China.
Por Brahma Chellaney, profesor de Estudios Estratégicos del Centro de Investigación en Ciencia Política de Nueva Delhi. Autor de El monstruo asiático: el auge de China, India y Japón. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 16/08/09):
Tras envolver militarmente la región de Xinjiang, rica en petróleo, es posible que las autoridades chinas hayan sofocado la revuelta uigur. Sin embargo, este episodio, el más mortífero de las manifestaciones de minorías étnicas registradas a lo largo de decenios – junto con el levantamiento que tuvo lugar en la meseta tibetana-muestra los costes políticos de la absorción étnica forzosa y hace trizas el espejismo de una China monolítica.
Las políticas de absorción forzosa en Tíbet y Xinjiang, ricos en petróleo, dieron comienzo después de que el hombre fuerte del país, Mao Tse Tung, creara un corredor de enlace entre las dos regiones rebeldes engullendo la zona india de Aksai Chin, de 38.000 km2,parte del Estado de Jammu y Cachemira.
En la actualidad, alrededor de un 60% del territorio de la República Popular China comprende territorios que no habían estado bajo el gobierno directo de la dinastía Han. El tamaño de China, de hecho, es el triple del que poseía bajo la última dinastía Han, la dinastía Ming, que cayó a mediados del siglo XVII. En el sentido territorial el poder Han se halla en su cenit, circunstancia simbolizada por el hecho de que la Gran Muralla se construyó a modo de perímetro de seguridad del imperio Han.
La absorción manchú en el seno de la sociedad Han y la dilución de la población autóctona en la Mongolia interior significa que los tibetanos y los grupos étnicos musulmanes de lenguas túrquicas de Xinjiang sean los únicos grupos que quedan como núcleos resistentes.
Sin embargo, los acontecimientos sucedidos desde el año pasado se alzan como penoso recuerdo ante los ojos de las autoridades chinas en el sentido de que su estrategia de colonización étnica y económica de la tierra tibetana y uigur está atizando un notable malestar. Mientras por una parte los esfuerzos gubernamentales para extender el uso de la lengua, cultura y poderío comercial Han han alimentado el resentimiento local, por otra el desarrollo económico en esas regiones – orientado a la explotación de sus ricos recursos-ha contribuido a marginar a la población autóctona. Mientras se deja a la población local el empleo en trabajos serviles, los colonos Han se reservan los empleos bien pagados y directivos, símbolo de la ecuación entre colonizados y colonizadores.
Factor aún más importante, la misma supervivencia de las principales culturas de etnia no Han se ve amenazada. Desde el adoctrinamiento en la escuela y la reeducación política forzosa a la reducción drástica del suelo cultivable y de la vida monástica, el hecho es que las políticas chinas han contribuido a infundir sentimientos de sojuzgamiento y resentimiento en la población de Tíbet y Xinjiang.
A fin de sinologizar los territorios poblados por minorías, la multifacética estrategia de Pekín comprende seis factores: alterar cartográficamente las fronteras del suelo patrio de ciertas etnias; inundar demográficamente culturas no Han, al modo como la expansión del gobierno Han sobre Manchuria, Mongolia interior y Taiwán se logró ampliamente mediante la migración durante un prolongado periodo de tiempo; reescritura de la historia para justificar el control chino; colonización económica; puesta en práctica de una hegemonía cultural susceptible de difuminar las identidades locales, y mantenimiento de la represión política.
En el plano demográfico, Pekín no intenta un exterminio étnico en estas regiones, sino una asfixia étnica. Esta estrategia, consistente en asfixiar a la población autóctona mediante la campaña migratoria, equivale a la aniquilación cultural.
Un primer paso en esta dirección fue la reorganización cartográfica de las regiones de residencia de minorías. Mediante una división electoral de Tíbet de acuerdo con sus propios intereses, Pekín situó la mitad de la meseta de Tíbet y casi el 60% de la población tibetana bajo jurisdicción Han en las provincias de Qinghai, Sicuani, Gansu y Yunan. El desmembramiento cartográfico de Tíbet creó el marco destinado a diluir étnicamente a los tibetanos, tanto en las áreas separadas como en el resto del Tíbet, rebautizado como “región autónoma de Tíbet”.
En el caso de la Mongolia interior, se hizo lo contrario: se amplió para incluir áreas Han como la región de Henao a fin de reducir a los mongoles a una minoría e impedir cualquier demanda o aspiración (inspirándose en el deseo de China de unificación con Taiwán) en el sentido de la unificación de las dos Mongolias.
En la actualidad, las lenguas tibetana y uigur están desapareciendo ya de las escuelas locales a medida que las autoridades las retiran del currículo académico. Y, como parte integrante de la estrategia de absorción forzosa, las familias de las minorías étnicas son obligadas a enviar al menos a un miembro de la familia a trabajar en fábricas situadas en distantes provincias Han o a enfrentarse de lo contrario a una multa de dos mil yuanes, alrededor de doscientos euros. Se anima sobre todo a las jóvenes de minorías a trasladarse a provincias Han y casarse con un Han como parte del programa de absorción patrocinado por el Estado. La rápida sinologización, sin embargo, no ha hecho más que agudizar el sentido de identidad y ansia de libertad tibetana y uigur.
La principal idea directriz del sistema chino sigue siendo la uniformidad, como señala el eslogan del presidente Hu Jintao relativo a una “sociedad armoniosa” concebida para reforzar la cuestión de la adhesión social. Apenas es de extrañar que la respuesta pública de Hu al malestar uigur consistiera en pedir a las autoridades locales que “aislaran y asestaran un golpe” a los agitadores, en lugar de ir a las causas del descontento.
Mientras India aplaude la diversidad, China rinde tributo a un monoculturalismo artificialmente impuesto, aunque incluye oficialmente 56 nacionalidades, la nacionalidad Han (que, según el último censo del 2000, representaba el 91% de la población total) y 55 grupos étnicos minoritarios. China intenta no sólo restar importancia a su diversidad étnica, sino ocultar las brechas culturales y lingüísticas existentes en el seno de la mayoría Han, no sea que las divergencias históricas norte-sur afloren nuevamente.
Los Han (divididos en siete o más grupos distintos desde el punto de vista lingüístico y cultural) serán cualquier cosa salvo un grupo homogéneo. Las principales lenguas de China aparte de las empleadas en territorios de minorías, incluyen el mandarín, el hakka (hablado en varias áreas del sur), el gan (provincia de Jiangxi), el wu (provincia de Zhejiang), el xiang (provincia de Hunan), el yue (sobre todo en la provincia de Guangdong), el pinghua (vástago yue), el min del sur (hokkien/ del taiwanés) y el min del norte.
No obstante, los comunistas se han valido del mito de la homogeneidad para atizar el nacionalismo Han. Este mito, concebido en un principio para unificar a los no manchúes en contra de la dinastía manchú Qing, fue ideado por Sun Yat-Sen, un cantonés que encabezó el movimiento republicano que tomó el poder en 1911. La posterior imposición de la lengua del norte, el mandarín, contribuyó a instaurar una lingua franca en una sociedad diversa, pero casi un siglo después no es el mandarín sino las lenguas locales las que se siguen hablando comúnmente.
Actualmente, gracias a la mayor conciencia de la realidad derivada de los avances en las tecnologías de la información y la comunicación, los hakka, los sichuaneses, los cantoneses, los shanghaineses, los fujianeses, los swatoweses, los hunaneses y otras comunidades clasificadas oficialmente como Han reafirman sus identidades distintivas y su patrimonio cultural.
Los problemas internos de China no desaparecerán a menos que sus gobernantes dejen de imponer la homogeneidad cultural y renuncien a la asfixia étnica como estrategia del Estado llevada a la práctica en áreas de minorías. Tras el levantamiento tibetano en el 2008, el año 2009 será recordado como el de la revuelta uigur. Si se considera que el año próximo se cumplirá el LX aniversario de la ocupación china de Tíbet, el centro de atención se situará en los desafíos internos de China. Mientras el crecimiento económico aminora su ritmo y el malestar interno aumenta a una cadencia similar a la del PIB chino, tales desafíos se extienden de hecho al corazón de la propia China.
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